Bolivia y las implicaciones geopolíticas del golpe de Estado

Es digna de encomio la iniciativa tomada por CLACSO y su Grupo de Trabajo sobre “Geopolítica, integración regional y sistema mundial” en el sentido de publicar un volumen colectivo destinado a desentrañar las raíces y las múltiples consecuencias, muy en especial las geopolíticas, del golpe de Estado en Bolivia. Y esto porque, en general, los factores geopolíticos solo por excepción son tenidos en cuenta en los análisis sobre distintas realidades nacionales de nuestra América. El énfasis puesto en la identificación de los actores “nacionales”, por llamarlos de alguna manera porque muchos de ellos son instrumentos de la voluntad del imperio, y sus estrategias de lucha, unido a la superficial consideración
que se le brinda a los también mal llamados “factores externos”, que no lo son porque el imperialismo está hondamente imbricado en la vida política de nuestros países, hacen de este libro una saludable excepción a la regla y un ejemplo que ojalá pueda ser imitado.


Esta obra parte de una premisa irrefutable, a saber: no se puede comprender la historia boliviana desde la revolución de 1952 en adelante sin evaluar debidamente la importancia geopolítica y geoeconómica de ese país. La intervención de Estados Unidos en Bolivia viene de antes, pero se potencia a partir de esa fecha con el vértigo de las revueltas e insurrecciones populares y el extenuante caleidoscopio de la vida política boliviana, que solo llegaría a su término cuando Evo Morales asumió la presidencia de dicho país el 22 de enero de 2006. A partir de ese momento, fundacional en el más estricto sentido de la palabra, se inaugura un periodo de estabilidad política, crecimiento económico y progreso social inédito en la historia boliviana, que terminó siendo brutalmente interrumpido por el golpe de Estado del 10 de noviembre de 2019.

Un periodo que suscitó, desde sus comienzos, la abierta hostilidad de la Casa Blanca y que cruzó la línea de no retorno el 12 de septiembre de 2008, cuando el presidente Morales expulsó del país a Philip Goldberg, el embajador de Estados Unidos en La Paz. Se le acusó con fundamentos de conspirar no solo contra el gobierno sino, en contubernio con algunas figuras y fuerzas políticas opositoras, de propiciar el desmembramiento de Bolivia en una Occidental, el altiplano, y otra Oriental, con eje en Santa Cruz de la Sierra. Goldberg ya había participado activamente en la división de la antes Yugoslavia, de modo que era alguien que sabía muy bien lo que estaba haciendo y que, de haberse concretado, hubiera sido una extraordinaria victoria para Estados Unidos.

La centralidad geopolítica y estratégica de Bolivia, enclavada en el corazón de Sudamérica, fue tempranamente reconocida por Ernesto “Che” Guevara. De ahí su decisión de inaugurar, desde Ñancahuazú, un ciclo de insurgencias guerrilleras en el subcontinente. Y de ahí también
la rápida respuesta de Washington al enviar “asesores” militares para colaborar con las fuerzas armadas de ese país para combatir a la guerrilla del Che. Se calcula que el batallón del Ejército boliviano que se lanzó a la caza del guerrillero era, en los hechos, dirigido, controlado y en-
trenado por el 8o Grupo de Fuerzas Especiales del Ejército de Estados Unidos, los Boinas Verdes, cuyo cuartel general estaba en Fort Gulick.

Tal como lo ha relatado Régis Debray, durante su detención y encarcelamiento fue reiteradamente interrogado por funcionarios de la CIA o miembros de las fuerzas armadas de Estados Unidos, lo que revela la excepcional importancia que este país le asignaba a los acontecimientos en curso en Bolivia.

Por supuesto que el telón de fondo de esta conducta del gobierno estadounidense revela la excepcional importancia que América Latina y el Caribe revisten para ese país. No es casual que la primera doctrina de política exterior adoptada por la Casa Blanca haya sido la Doctrina Monroe, adoptada tan tempranamente como en 1823. La segunda fue la Doctrina Wilson, formulada para Europa casi un siglo más tarde, en enero de 1918. Esta prelación de América Latina refleja las prioridades de la política exterior de Estados Unidos, ratificadas en numerosas ocasiones. Por ejemplo, y sin abundar en más detalles, conviene recordar que a la hora de poner a distintas regiones del mundo a salvo del “expansionismo soviético” Washington optó por asegurar en primer lugar la inmunidad de América Latina y el Caribe mediante el TIAR, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca de 1947 y la creación de la Organización de Estados Americanos en 1948. Solo en 1949 la Casa Blanca se preocupó por crear un instrumento jurídico, diplomático y militar que pusiera a Europa a salvo del supuesto expansionismo soviético. Las conclusiones son obvias.

Los diversos capítulos que componen esta obra cubren los principales aspectos de la compleja problemática boliviana y su proyección regional. En primer lugar, se ofrece un balance de algunas de las grandes transformaciones que tuvieron lugar durante los trece años del go-
bierno de Evo Morales: el crucial papel de las nacionalizaciones de los recursos básicos, principalmente el litio y los hidrocarburos; los avances en la autosuficiencia alimentaria y, en tercer lugar, un racconto del ingerencismo estadounidense a lo largo del presente siglo. En la segunda parte se examinan muy detalladamente distintas facetas de la problemática geopolítica y geoeconómica en su concreción boliviana. El tema del litio y otros minerales, el desafío de la industrialización y la proyección de la experiencia del gobierno de Evo Morales sobre el inestable equilibrio geopolítico regional. El protagonismo de Estados Unidos en
el golpe (y en el proceso conducente al mismo) es objeto de la tercera parte de este libro, completando de este modo un exhaustivo análisis de la dolorosa experiencia de Bolivia y el siniestro papel jugado por el imperialismo de Estados Unidos.

Quisiera concluir estas breves palabras aportando una reflexión complementaria, que podría “redondear” la explicación sobre los acontecimientos recientes en Bolivia. Sobre todo, pensando en la necesidad de extraer algunas lecciones con vistas a nuevas experiencias reformistas o revolucionarias que puedan gestarse en los próximos años en nuestros países. Creo firmemente que la eficacia de la intervención imperialista se magnifica y adquiere mayor eficacia cuando se entrelaza con algunas decisiones o actitudes equivocadas en las que, a veces, incurren nuestros gobiernos. A partir de una mirada solidaria, y también constructivamente crítica con el gobierno de Evo Morales, creo que los siguientes fueron algunos desaciertos que facilitaron los planes destituyentes del imperio.

Uno de ellos fue la subestimación de la fuerza de los sectores más reaccionarios de la sociedad boliviana, inmunes a la batalla cultural que librara el gobierno de los movimientos sociales. No solo inmunes, sino enfurecidos y radicalizados ante lo que consideraban un intolerable acto de insolencia por parte de los pueblos originarios. En segundo lugar, se confió en que el formidable éxito económico, inédito en toda la historia boliviana, obraría como un factor de estabilización y fortalecimiento del gobierno del MAS. Nada de eso ocurrió, porque ante la falta de un continuo programa de educación política los sectores rescatados de la pobreza extrema fueron atraídos por el venenoso canto de sirena de la derecha que controlaba casi todos los medios de comunicación. Se crearon consumidores y no ciudadanos conscientes.

Y a la hora de defender al gobierno de los movimientos sociales, y al también legítimo triunfador en las elecciones presidenciales de octubre, buena parte de esos sectores prefirieron contemplar por televisión su derrumbe antes que salir y movilizarse en su defensa. Tercero, el accionar del imperialismo fue facilitado por la excesiva confianza que el gobierno de Evo Morales depositó en los mecanismos constitucionales e institucionales que respaldaban su presidencia. Lo único que puede sostener a un gobierno popular en el marco de un Estado burgués, y el de Bolivia nunca dejó de serlo, es su capacidad de mantener el control de “la calle”, ámbito privilegiado y prácticamente único sobre el que se apoya el poder popular. Por razones que desconozco, el gobierno de los movimientos sociales optó por abandonar “la calle”, que fue rápidamente copada por sus feroces enemigos con los resultados por todos conocidos. Cuarto, se subestimó también la eficacia y la penetración de los vínculos establecidos entre el gobierno de Estados Unidos –a través de un enjambre de ONG y entidades de diverso tipo– y los diversos gru- pos de la oposición al masismo, facilitando y potenciando sus protestas y desavenencias con el gobierno.

Se cometieron también otros errores, de carácter más puntual que los anteriores, pero que fueron muy bien aprovechados por el imperialismo. Uno de ellos fue convocar al referendo el 21F de 2016, tres años antes de las elecciones presidenciales. Otro fue apostar tan fuertemente al litigio con Chile por la legítima reclamación de salida al mar de Bolivia y un eventual fallo favorable por parte de la Corte Internacional de Justicia con sede en La Haya, algo que cualquier observador bien informado sabía que no se iba a producir y que la sentencia finalmente conocida fue lo máximo que se podía obtener. Otro, considerar que la OEA y el bandido que funge como su secretario general, Luis Almagro actuarían de modo neutral en la futura contienda electoral. La información posterior demostró que ese personaje fue uno de los mentores de la trama por la cual a Morales le robaron un triunfo, ajustado pero legítimo, y que lamentablemente no supo defender. Otro, pensar que una política de cauteloso distanciamiento de Cuba y Venezuela apaciguaría las biliosas críticas de la derecha y a las capas medias fascistizadas, y convencería a los hampones de Washington de no entrometerse en el proceso político boliviano y dejar que Evo Morales siguiera gobernando. Otro, hacer reposar la seguridad del presidente y su equipo de gobierno, su vicepresidente y sus ministros, en la lealtad de las fuerzas armadas y la policía, cuando era más que evidente que tanto aquellas como esta tenían su comando verdadero en Washington y no en La Paz, como desgraciadamente se comprobó en las jornadas de noviembre.

Para concluir: tenemos en nuestras manos un libro magnífico que nos permite situar en una amplia perspectiva el drama en curso en Bolivia, a la vez que nos ofrece instrumentos particularmente útiles para extraer valiosas enseñanzas con vistas al futuro. Porque, huelga decirlo, no hay dudas de que el pueblo boliviano se repondrá de esta derrota y comenzará, más pronto que tarde, a reanudar la marcha interrumpida por las hordas organizadas y financiadas por el imperio. Y este libro será de gran ayuda en ese momento.

Lee el documento completo a continuación:

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