Extrema derecha

Lula da Silva llama a derrotar a la extrema derecha en Brasil

El presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, advirtió este sábado en Portugal que a pesar de su triunfo en las pasadas elecciones en el país suramericano, la extrema derecha que apoya al mandatario saliente Jair Bolsonaro, sigue presente y hay que derrotarla por la vía de la paz. Lula da Silva sostuvo un encuentro en el Instituto Universitario de Lisboa con la comunidad brasileña en un acto organizado por el núcleo del Partido de los Trabajadores (PT). El mandatario electo, que asume su cargo el 1 de enero de 2023, refirió que el bolsonarismo sigue vivo y tenemos que derrotarlo (…) No queremos persecución (…) violencia. Queremos un país que viva en paz». Instó a «derrotar» al bolsonarismo «sin usar contra ellos los métodos que usaron» contra la izquierda. En el encuentro el mandatario electo recalcó su compromiso con la educación brasileña ante el desastre en la materria en la administración de Bolsonaro. Además de referir la situación de millones de brasileños que pasan hambre, situación que no debiera ocurrir por ser la nación suramericana el «tercer mayor productor de alimentos del mundo», Lula expresó que revertirá la situación y culpó al presidente saliente por no garantizar el acceso a la alimentación. El encuentro se realiza tras el paso del líder  por la Cumbre COP27 realizada en Egipto, siendo su primer viaje a Lisboa después de su elección como presidente. El jefe de Estado electo fue recibido por el presidente de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa, y por el primer ministro, António Costa como un símbolo del reinicio de las relaciones  debilitadas durante el mandato de Bolsonaro. Fuente: TeleSUR

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El capitalismo global y la crisis de la humanidad

Gilberto López y Rivas Caracas/ Telesur. – “El colapso de la economía global desatado por el coronavirus ha provocado la pérdida de su sostén económico de dos mil millones de personas, con al menos 500 millones que fueron arrojadas a la pobreza y el hambre, mientras se fueron a la quiebra hasta 500 millones de pequeños negocios”. El nuevo libro de William I. Robinson: El capitalismo global y la crisis de la humanidad, (Siglo XXI editores, 2022) viene a engrosar una obra magna, junto con otras dos publicaciones en castellano: Una teoría sobre el capitalismo global: producción, clase y Estado en un mundo Transnacional (2013), y América Latina y el capitalismo global, una perspectiva critica de la globalización (2015). Este trabajo monumental de investigación permite hacer un recorrido dialéctico por un marco teórico urgentemente necesario para hacer frente al capitalismo del siglo XXI desde el campo de las luchas emancipadoras y revolucionarias. Robinson llega en el momento justo en que era necesario darle oxígeno al marxismo, aplicándolo a una realidad inmersa en una profunda crisis multidimensional de gravedades apocalípticas, en la que está en riesgo la sobrevivencia misma de la especie humana, y en total acuerdo con su opinión de que “la tarea más urgente de cualquier intelectual que se considere orgánico -o políticamente comprometido-, es abordar esta crisis.” Precisamente, William destaca en el prólogo de esta edición en castellano, que el colapso de la economía global desatado por el coronavirus ha provocado la pérdida de su sostén económico de dos mil millones de personas, con al menos 500 millones que fueron arrojadas a la pobreza y el hambre, mientras se fueron a la quiebra hasta 500 millones de pequeños negocios. Robinson plantea que “nos enfrentamos a una crisis global sin precedente en cuanto a su magnitud y alcance global, el grado de degradación ecológica y de deterioro social, y la escala de los medios de violencia.” Analiza, en este punto, cómo la clase capitalista trasnacional se empeñó en trasladar la carga de la crisis y el sacrificio que imponía la pandemia a las clases trabajadoras y populares, dejando a su paso más desigualdad, más tensión política, más militarismo y más autoritarismo. Nuestro autor plantea la necesidad de ampliar la mirada al ámbito global, dado que la suerte de cualquier comunidad en el planeta está inseparablemente ligada con la humanidad en su conjunto, que, a su vez determina una “conciencia planetaria”. Esto implica darnos cuenta de que “si queremos resolver los urgentes problemas que aquejan a la humanidad, tales como el colapso ecológico, la guerra (todavía no había estallado el conflicto bélico Rusia – Ucrania, con sus preocupantes derivas), la pobreza, la desigualdad, la enfermedad y la enajenación, tenemos necesariamente que llevar a cabo un enfrentamiento frontal con los poderes fácticos en el sistema capitalista global para restarles el control que esos poderes ejercen sobre los medios de nuestra existencia.” Muy importante es su análisis de la crisis en la dimensión política, en la que percibe que el dominio capitalista se acerca a una crisis general, frente al colapso de la legitimidad del sistema imperante, que ha provocado una polarización creciente entre una izquierda insurgente y fuerzas ultraderechistas y neofascistas, como hemos podido constatar recientemente con el triunfo electoral en Italia de una coalición abiertamente neofascista, y el alto porcentaje de votos que registraron la ultraderecha y derecha en la primera vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas. Ante este dantesco panorama, coincido plenamente con la conclusión final del prólogo del libro, en el sentido que la resolución de la crisis de la humanidad pasa por el derrocamiento del capitalismo global y su reemplazamiento por un proyecto de socialismo democrático. Sin embargo, manifiesto mis desacuerdos, al menos a partir del caso mexicano, con la idea de “respaldar proyectos de élites reformistas en la medida que atenúen las peores depredaciones del capitalismo global y nos saquen del umbral de la guerra y el fascismo”, dado que, como observamos en México, la militarización y el militarismo, y la guerra o “conflicto armado no reconocido” que acompaña la recolonización de los territorios por la vía de los mega proyectos, están siendo puestos en práctica por un gobierno que pretende estar haciendo una trasformación histórica en el país. Robinson reitera que sus análisis y teorías sobre esta crisis global son asumidos desde la teoría del capitalismo global, a partir de cambios que podríamos considerar apócales: 1.- Surgimiento de un capital verdaderamente trasnacional y un nuevo sistema global de producción y finanzas en el que todas las naciones y gran parte de la humanidad han sido integradas, ya sea directa o indirectamente. 2.- Conformación de una clase capitalista trasnacional, un grupo de clase que ha atraído contingentes de la mayoría de los países alrededor del mundo. 3.- Establecimiento de aparatos de un Estado trasnacional. 4.- Nueva relaciones de desigualdad, dominación y explotación en la sociedad global, incluyendo la importancia creciente de las desigualdades trasnacionales sociales y de clase en relación a las desigualdades norte–sur geográficamente o territorialmente concebidas. Esta globalización capitalista es un proceso en curso, inconcluso y abierto, contradictorio y conflictivo, impulsado por fuerzas sociales en lucha; es una estructura en movimiento emergente, sin estado final consumado. Esto lleva inevitablemente a una idea fundamental de Robinson: no es posible entender esta nueva época a través de los paradigmas existentes Estado-nación-céntricos que pretenden explicar la dinámica política y económica mundial como interacciones entre Estados-nación y competencia entre clases nacionales en un sistema interestatal. Debemos centrarnos no en los estados como macro agentes ficticios sino en constelaciones de fuerzas sociales históricamente cambiantes que operan a través de múltiples instituciones, incluyendo aparatos de Estado que están en proceso de trasformación como consecuencia de las agencias colectivas. En esta dirección, Robinson polemiza con los enfoques que toman categorías históricamente contingentes y específicas como Estado-nación, capital nacional e imperialismo, y las convierten en una estructura inmutable, fija, cosificándolas en este proceso. Por esta razón sostiene el imperativo de un enfoque holístico y de nuevos conceptos, dentro de un análisis estructural y coyuntural. Sostiene que la tarea

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Intelectuales advierten sobre el avance de la extrema derecha

La extrema derecha global asume una doble condición, desconcertante por cierto: es un cambalache y avanza. Frente a una izquierda o centro izquierda acomplejada, a la defensiva, liberalizada, las fuerzas más reaccionarias crecen en su autoestima y encarnan, para millones de personas en todo el mundo, una ilusoria idea de «progreso». En sus amplias reden conviven la Biblia y el calefón: los hay globalifóbicos, anti musulmanes, euroescépticos, xenófobos, anti derechos de las minorías sexuales, pro LGTB, ultra católicos, cristianos evangelistas, anti establishment, veneradores de la liberalización total de la economía, etc. La tendencia mayoritaria refleja un cambio de paradigma respecto de la extrema derecha clásica: la cuestión racial va perdiendo peso frente a las más diversas formas de la llamada «batalla cultural».  Un libro de reciente publicación reúne una serie de ensayos y entrevistas que tienen como protagonistas a intelectuales como  Judith Butler, Chantal Mouffe, Alain Badiou, Alvaro García Linera, Noam Chomsky, entre otros. Se llama Neofascismo, un nombre que es poco preciso para definir el amplísimo arco de la extrema derecha actual, pero sirve para ofrecerle al lector un marco de inteligibilidad. Un punto de partida. Decir de Bolsonaro que es un «neofacho» puede ser una inexactitud en términos de teoría política, pero casi todo el mundo entiende de qué se está hablando.    El campo de referencia del libro publicado por el sello Capital Intelectual privilegia los procesos vividos en diversos países de Europa, pero también refleja las emergencias de las nuevas derechas en América, desde las encarnadas por Donald Trump y Jair Bolsonaro hasta la embrionaria figura de Javier Milei. Las alusiones de ciertos autores a partidos para nosotros lejanísimos como Ley y Justicia en Polonia y Fidesz en Hungría, ambos empoderados en la defensa de los «valores tradicionales», son interesantes para pensar las diferencias con los procesos que se vislumbran en la Argentina, donde, según Gabriel Vommaro, «la derecha radical no se presenta como abanderada de la religión» y, por eso, en ese terreno, «no hay elementos para hablar de un avance conservador en la Argentina».  Ezequiel Ipar, investigador del Conicet, hace hincapié en el componente «moral» que ocupa el lugar de viejas reivindicaciones doctrinarias de la derecha criolla: «Milei colocó en un segundo plano los detalles del ajuste fiscal y pasó a ofrecer una justificación moral de la necesidad de terminar con la casta política». El líder de La libertad avanza representa de un modo muy directo, según Ipar, «el llamado a una rebelión de masas contra la igualdad».  Un anticomunismo visceral recorre sin excepción a estos nuevos cruzados de la derecha global. Se trata, quizás, de la única auténtica coincidencia entre todos ellos y del principal puente con la derecha vieja y dura. Una sobreactuación reaccionaria si se tiene en cuenta de que alientan el anticomunismo «en un mundo sin (casi) comunistas», como apunta acertadamente Pablo Stefanoni en el prólogo del libro. Las caracterizaciones son tan múltiples y complejas como el fenómeno que emerge. El filósofo húngaro Miklós Tamás denomina «posfascismo» a estos brotes cada vez más sólidos. El historiador italiano Steven Forti habla de una «extrema derecha 2.0.», por su capacidad para desplegar su propaganda a partir de las nuevas tecnologías.  Chantal Mouffe se manifiesta en contra de clasificar a los partidos populistas de derecha como «extrema derecha» o «neofascista». La autora de La paradoja democrática reivindica el papel central de «los afectos» en la construcción de las identidades políticas colectivas. «Para diseñar una respuesta propiamente política -escribe-, debemos darnos cuenta de que la única manera de luchar contra el populismo de derecha es dar una formulación progresista a las demandas democráticas que están expresando con un lenguaje xenófobo». Según la académica belga, «esto supone reconocer la existencia de un núcleo democrático en esas demandas y la posibilidad, a través de un discurso diferente, de articularlas en una dimensión emancipadora». Mouffe propone un «movimiento populista de izquierda» que confronte con lo que ella llama la «post-democracia». El pensador francés Alain Badiou, en tanto, inscribe  la cuestión en términos psicoanalíticos: define al fascismo como una «subjetividad reactiva», intracapitalista. Una reacción nihilista contra aquello que era su objeto de deseo: «Al fascizarse, el decepcionado del deseo de Occidente se vuelve el enemigo de Occidente porque, en realidad, su deseo de Occidente no se satisface. Ese fascismo organiza una pusión agresiva, nihilista y destructora porque se constituye a partir de una represión íntima y negativa del deseo de Occidente». Badiou apunta, en otro orden, que se le llama «radicalización» a lo que es una pura y simple «regresión». Un aspecto curioso de varios de estos partidos y/o movimientos políticos es su autopercepción del lugar que ocupan frente al Sistema: se consideran luchadores antiestablishment, representantes de una entidad superior, el Pueblo, oprimido por las élites. Disienten en la identificación de estas élites, que pueden ser financieras o –en la mayoría de los casos– culturales. Eric Dupin, periodista y escritor francés, analiza con lucidez el desplazamiento discursivo de Marine Le Pen, quien, para atacar la mundialización se vale de Franklin Roosvelt, Karl Marx y Gilles Lipovetsky, entre otros. «La mundialización es una alianza entre el consumismo y el materialismo para sacar al Hombre de la Historia y precipitarlo hacia eso que Gilles Lipovetsky denomina ‘la era del vacío’.» (palabras de Marine que jamás hubiese pronunciado su padre Jean-Marie). Según Dupin, Le Pen hace un esfuerzo por argumentar desde una perspectiva social y «adopta alegremente declaraciones del bando contrario». La dirigente francesa pone énfasis en la «situación de competencia con todos los trabajadores de otros países» como causa del infortunio de los asalariados franceses, menciona ciertas «deslocalizaciones a domicilio» y agita la «horrenda máscara de la esclavitud moderna».   Alvaro García Linera, entrevistado por José Natanson, se refiere a la radicalización de las fuerzas conservadoras: «El contraoleaje conservador que se inicia en 2014-2015 no es un neoliberalismo triunfante, bonachón, optimista, como podía ser el de los 90. Es un neoliberalismo rabioso». Pero a la vez señala que ese contraoleaje se presenta solo como defensor de «un mundo en retroceso». Y por eso, destaca, «es un neoliberalismo cansado, con signos de decrepitud».  Al referirse al fenómeno que significó la

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