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Municipio potosino de Tahua inaugura moderno centro de salud que demandó Bs 3,4 millones

En el marco de la gesta libertaria del departamento de Potosí, el presidente Luis Arce Catacora inauguró este sábado, en el municipio Tahua, un moderno centro de salud con internación, que demandó una inversión de Bs 3,4 millones. “Hemos llegado al Gobierno gracias al voto de ustedes hermanas, hermanos y lo que hemos hecho es trabajar, producto de ese trabajo hoy venimos a entregarles este centro de salud y decirles obra cien por ciento concluida y pagada”, expresó el mandatario en la oportunidad. Arce recordó que la construcción de la obra inició en 2018 y tras ser paralizada durante el gobierno de facto de Jeanine Añez, su edificación fue reanudada, para atender la salud de los potosinos. En tanto, el ministro de Salud y Deportes, Jeyson Auza, informó que el Gobierno nacional financió y construyó en su totalidad este moderno centro de salud con internación, “que de a poco irá resolviendo las necesidades que tienen los pobladores del municipio”. El nosocomio cuenta con dos plantas en las que alberga salas de internación, laboratorios para ecografía, farmacia y consultorios, uno especialmente de atención de Telesalud, entre otras dependencias. “Tiene un financiamiento de 3.407.703 bolivianos hermanas y hermanos. El presidente Luis Arce Catacora que en todo momento prioriza la salud del pueblo ha instruido que tenemos que poner todas las acciones para apoyar al municipio de Tahua y a los municipios de Potosí”, afirmó. En la oportunidad, también entregóítems para profesionales en salud, medicamentos e insumos en beneficio de la región, rodeada por el imponente salar de Uyuni, según datos del Ministerio de Salud y Deportes. Fuente: ABI

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Sentimos el agotamiento por la falta de empatía

Amalia Canedo En la Declaración de los Derechos Humanos se establece: “el derecho a participar y disfrutar de los beneficios de la cultura, las artes y la ciencia, en la búsqueda del conocimiento, la comprensión y la creatividad humana”. Del párrafo anterior no llegamos a cumplir con todo lo pactado como derecho humano, desde la mirada de trabajadora cultural siempre vengo pataleando cuando de tratos con direcciones publicas hablamos. La venta de servicios artísticos ha dejado de ser las cosas que más nos gustan a los trabajadores culturales, nos tratan como si siempre les debiéramos el agradecimiento por habernos contratado…Si señores y señoras la realidad hace que los trabajadores públicos se sientan dueños de los recursos destinados a la gestión cultural publica y el maltrato es constante y pesado desde que siempre se piensa que los trabajadores culturales no cumplimos con un oficio y que lo que hacemos deberíamos regalarlo. Lo poco que se recibe podría ser recibido con dignidad si los procesos de pago y de informes no fueran tan tediosos, un proceso de pago llega a demorar aproximadamente 6 meses si es que nos pagan sin dramas pero en la realidad montones de veces nos vemos en la necesidad de re-negociar lo que por honor se había firmado. ¿Y es que acaso no cumplimos un rol social? Si a cualquier gestor, artistas, promotor cultural, etcétera, le preguntaras si ganan dignamente en las contrataciones artísticas, cualquiera respondería: solo se recuperan los gastos en comunicación y transportes y no se llega a percibir una ganancia real por todo lo que significa montar una actividad artística. Tengo una duda constante y es acaso los funcionarios públicos destinados a la administración cultural ¿no tienen conocimiento sobre lo que significa montar una obra artística? : Lleva su tiempo de reflexión, maduración, concluyendo en la propuesta final que es la que se muestra en los escenarios destinados a estas contrataciones. Vivir del trabajo cultural si no somos nosotros mismos los que la gestionamos y los que cobramos las entradas, los que publicitamos, los que difundimos no podríamos pretender hacer que la cultura sea nuestro cotidiano. Si la función pública constantemente nos maltrata es mucho más terrible la situación de rechazo que lo privado genera en torno a los trabajadores culturales, no hay disponibilidad de recursos para el fomento cultural porque se ha construido la visión de que el proceso cultural es un gasto insulso que no les genera ganancias directas e indirectas. Podremos no echarles la culpa a los empresarios privados o a los encargados de gerencia de estas instancias privadas y es porque el Estado-Gobierno poco hace para garantizar el mínimo espacio de respaldo a través de destinar acciones encaminadas a generar difusión y promoción de sus artistas. Si de políticas públicas habláramos y cantáramos no hay muchas que hayan garantizado la visibilidad y difusión de procesos culturales y tampoco artísticos, no se están trabajando propuestas que coadyuven a que las obras artísticas y los procesos culturales tengan un espacio dentro de la educación pública y privada de nuestro país. Es urgente retomar el diálogo y la discusión sobre los derechos laborales de los trabajadores culturales para hablar de dejar huellas contundentes en la toma de nuestro poder real que es la sensibilidad de nuestro medio y de nosotros mismos. Los seres humanos nos diferenciamos de otros organismos vivos en la capacidad de reflexionar, de crear y de aspirar a mejores mundos. Y es ahí donde las manifestaciones artísticas son fundamentales para las sociedades. La autora es gestora cultural (de alasitas).

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Coordenadas de cambio en lo cotidiano urbano en nuestras ciudades

Rosa Martha Arébalo Bustamante Observar las transformaciones urbanas de los municipios bolivianos problematizando la realidad a partir de una mirada inclusiva, es la única manera de cimentar la construcción de utopías de equivalencia social y de género en torno a la relación espacio-sociedad. Las practicas diferenciadas de hombres y mujeres en la construcción de la vida cotidiana en general y durante la pandemia COVID 19 en particular y sus diferentes maneras de sentir, apropiarse y usar el territorio, permiten abrir los ojos a las franjas etareas, a los comportamientos femeninos y masculinos dentro de ellas y a la presencia de diferentes grupos sociales y culturales con intereses distintos en el territorio municipal y en el uso activo del espacio público. La mirada de la mujer en el análisis urbano, no supone mirar la ciudad a través de “los ojos de las mujeres», sino más bien escudriñar los roles de ellos y ellas en la construcción del diario vivir, en las formas de uso y manejo de los espacios de vida públicos y privados, relativizando la identificación de la esfera pública como un área del dominio exclusivo del hombre y la privada como dominio de la mujer, más aún como resultado de lo ocurrido en nuestras vidas y ciudades durante la pandemia COVID 19. En el transcurrir de los dos últimos años, tanto la esfera privada, definida por el hogar, la familia y la vivienda; como la pública, precisada espacialmente por el barrio, la ciudad, el territorio plurinacional, han sufrido transformaciones sustanciales que incluyen a las formas de articulación entre ambas. Si bien el “hábitat urbano”, sugiere la media y gran escala, los grandes espacios, en cuya historia de gestación había sido negada la existencia de las mujeres como sujetos, los últimos tiempos traen consigo la reducción de este entorno ampliado a algo muy próximo al “tengo la ciudad a mi alrededor”. Estas nuevas constataciones, refuerzan la afirmación que sostiene que la ciudad, al igual que los comportamientos y relaciones entre hombres y mujeres, son una construcción social, un proceso cambiante, sometido a una interacción recíproca de fenómenos y actores sociales. Dentro del contexto de la pandemia, como emergencia de sus obligaciones domésticas tradicionales, es innegable que las mujeres duplicaron y hasta triplicaron sus tareas al interior del hogar, y los hombres se hicieron conscientes, aun cuando mantuvieron su menor participación, de la importancia de los trabajos de cuidado de la familia, del espacio de convivencia y de las incursiones al espacio inmediato de abastecimiento, salida ocasional y toma de aire y sol. Pese a ello, es evidente que las formas espaciales marcadas y moldeadas por las desigualdades sociales y la dominación de género, acentuaron sus características de fragmentación social y dominación patriarcal. Es innegable que habitar en una vivienda y un barrio mejor dotado, significó y significa el vivir bien dentro de lo adecuado, en tanto que reproducir la vida en unidades habitacionales que mal se pueden llamar “casa” y en barrios deteriorados, implica el vivir mal y pasar peor cualquier tipo de cuarentena La mujer, supuesta consumidora pasiva de los modelos espaciales (casa, ciudad, etc.), vio diluirse sus tiempos de vida en la articulación de formas “flexibles” de trabajo, quehaceres domésticos, correteos para apoyar niños/as, adolescentes, jóvenes y ancianos en labores escolares y de cuidado de la vida, en la consecución (generalmente de las camionetas “mercado”) de bienes de consumo para la familia y, en muchos casos, en el realizar actividades ligadas a trabajos remunerados de distintos tipos. Pero… ¿cuál fue el papel masculino en ese orden de cosas? Quien más y quien menos fue convocado a cumplir con las actividades que le exigía la vida, más esto pasó a ser un pesado deber que se expresó en la mayoría de las situaciones en la elevación de las tensiones internas, en la casa. En paralelo, niños, adolescentes, jóvenes y ancianos de ambos sexos, descansaron dificultades en las madres y en menor medida en los padres. En los hechos para las mujeres este encierro fue agotador, no solo en términos de trabajo, sino también en lo que hace al deterioro psicológico de la sobrecarga, situación que se agravó notablemente en las casas con enfermos/as. Sin entrar en un debate que puede causar mucho ruido, las acciones de los gobiernos autónomos municipales”, son las que podrían haber posibilitado mayores elementos de adecuada convivencia en la vivienda y en el espacio ciudad. El proceso de elaboración o de ajuste de los Planes Territoriales de Desarrollo Integral Municipal tendría que ser la llave que permita introducir cambios en el modelo territorial de las ciudades. Así, Bolivia refleja un proceso de desarrollo urbano no inclusivo en el que puede observarse: Ciudades caracterizados por su forzada adecuación a las exigencias de la pandemia, sin centralidades que garanticen una atención múltiple a las necesidades de reproducción de la vida de sus entornos, con una gravitación no reconocida del peso de las tiendas de barrio, con calles cuyo uso se redujo al tránsito de los vehículos “mercado”, con ausencia de circuitos de bicicletas que acorten distancias, con recorridos peatonales en aceras con problemas de tratamiento, continuidad, iluminación y sombra, actuando como barreras urbanas permanentes, entre otras. Grandes diferencias en las dotaciones urbanas que se reflejan en las inexistentes posibilidades de resiliencia de los barrios de las zonas periféricas poco densas con viviendas asentadas en la nada o en la precariedad; en comparación con los barrios de grupos sociales altos, medio altos y medios atendidos por los grandes malls o las “camionetas mercado”, trabajando en función de la “clientela”. Municipios que reaccionaron lentamente a su papel de impulsores de las condiciones básicas para el controlado retorno a la normalidad, sin normar el transporte, el uso incrementado necesario de las ciclovías, la combinación de formas presenciales y virtuales para la educación necesarias de cubrir con instalaciones educativas adecuadas, sin mecanismos institucionalizados de participación ciudadana con equidad de género de respuesta organizada a la cuarentena y en general a la pandemia, sin acciones medianamente innovadores y creativas de reconocimiento

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