Carlos Bleichner Delgado Me preparaba para escribir. Procrastinaba. Me cuesta mucho saber si hacerme un café es una necesidad o procrastinación. Siento mariposas en el estómago. Evidentemente estoy enamorado de algo. No saber bien de qué; es lo que me pone un poco nervioso. Pienso que si sabría muy bien de qué; tal vez perdería un poco el misterio, y entonces no estaría tan enamorado. Me gusta estar nervioso. No siempre me animo a darle curso. Agua entonces. No pierdo tiempo en hacerme el café. Sólo pongo agua a la taza; así tengo un objeto con el cual poder respirar un poco (como la toalla de los jugadores de tenis; no importa el sudor realmente, sólo tomarme un tiempito, respirar entre games, antes de iniciar el siguiente game). Conducía por un lugar de la ciudad de Cochabamba que me hacía referencia a Octubre del 2019. Duro decirlo. Mes de mierda. Perdón. Este lugar no se vinculaba mucho a una zona en la que yo había estado presencialmente en esas noches. Pero sí era un lugar más peligroso; porque era un lugar por donde habían estado mis papás y mi hermana. Me siento frágil mientras conduzco. A la vez percibo la fragilidad de estar yendo a dejar a mi hijita chiquita a uno de sus primeros días de jardín. Ella elije la música. Me sorprende. Me reprocho por festejar demasiado cuando elije algo que sí me gusta. Ojalá no vuelva a poner Stratovarius, pienso. Pero igual disfruto; de las mariposas, de mi hijita eligiendo, y de la posibilidad de jugar al tenis sin jugar al tenis: escribiendo. ¡Pero mierda! ¡Octubre! Eso no es tan disfrutable. Pero… Yoshi Oida (googleenlo si les da ganas, era actor) puso en palabras algo muy hermoso que venimos trabajando muches: “El actor invisible”. Intuyo que por ahí va la cosa. En un arte, que tradicionalmente se abocó a provocar fascinación, rostridad; que el objetivo común fue llegar a ser “una estrella”, “una diva” (star-system); el cuate japonés viene a decir que lo mejor es: ¡desaparecer! “El actor invisible”: se trata de una actuación en la que no prime el “yo”. La potencia de que “yo” desaparezca está en que sólo así, una individualidad deja de monopolizar “el sistema-obra/teatral/artística”; y emerge la posibilidad de actuar en red; es decir, que la construcción sea colectiva. Esto, es un posicionamiento político. “El actor red, no es lo que hace él mismo/sólo; sino el actor más sus conexiones”, parafraseando a Latour. Preguntémonos: ¿Cómo hacemos nuestras obras? ¿Cómo laburamos? ¿Cuánto necesito al otre? ¿Cuánto me animo a necesitarlo? ¿Cuánto me animo a aceptar esa necesidad? ¿Cuánto insisto en hacerlo sólo y/o a mi manera? ¿Cuánto me animo, hoy, ahoritita, a desaparecer? Fui al baño. No sé si realmente necesitaba; o tengo miedo a seguir escribiendo. Agua. Toalla. Respiremos. Un par de games más. No sé si escribir esto: “Un Mesi, sin un equipo que lo contenga y sostenga; es como estar con diarrea, encontrar un baño que te salve, pero no hay papel”. Evidentemente, no importa si voy al baño, si “procrastino”, o qué; en mi cuerpo (a veces más que en mis pensamientos) van a seguir estos conflictos: Octubre. Entre muchas frases mentirosas, desde una perspectiva: “¡No tenemos miedo, carajo!”. ¿Quién no se cagó de miedo? ¿Cómo no tener miedo? El problema, creo, no es “tener miedo”; es no permitirnos aceptarlo, o las situaciones que dificultan que lo aceptemos (ahí actuamos ideas; no procesos aquí y ahora). Tal vez, el arte, el deporte, cuando enfoca en reproducir “héroes”; hace eco de un deseo que nos quisiera hacer creer “todopoderosos”: sin miedo, estrellas, individualidades. “En el fondo, todos tenemos miedo”, dice un personaje en una obrita que estamos trabajando. “El aire está cargado de gritos; pero la costumbre los acalla”, escribió Becket. Segunda vez que fui al baño y no estoy escribiendo tanto tiempo. Sólo tomé una taza de agua. Hice pis las 2 veces, también era una necesidad. Pienso: “soy valiente; pero esto no quiere decir que no tenga miedo”. Vamos de a poco. Realmente no necesito sobresalir, me digo. Cuando “nos dejamos ver” (distinto a cuando “nos mostramos”, dice mi maestro Cacace) hay vulnerabilidad. Esta vulnerabilidad implica riesgo; implica valentía. No implica ponerme la máscara de héroe. Es un proceso que tiene que ver más con la desnudez que con la espectacularidad. La espectacularidad avasalla, impone, en su fascinación: idiotiza, irrumpe, viola. Respiremos. En la vulnerabilidad hay una clave. En la vulnerabilidad necesito escucharte; me reconozco insuficiente. En vulnerabilidad, amo. Escucho de verdad. Mi “yo” se diluye; desaparezco. Me transformo. Se acabó el agua. No tengo de dónde agarrarme. Lloro. La puta madre. No hay nada que se pueda decir de tanta mierda, de insatisfacción, de tanto confrontamiento, pelea, muerte, balas, gritos, imposiciones, egos, dedos en el culo. ¡Qué mierda! Los gritos no entran muy del todo en el papel. Perdón. Váyanse a la mierda. Nada de esto debió haber pasado. Nos fuimos a carajo. ¿Podemos escucharnos ahora? ¿hay otra opción? No grito yo; gritamos todos. Nuestros gritos están ahogados. ¿cómo continuar? Perdimos el partido. Fue un partido de mierda la verdad. Nos la pasamos pensando. Queriendo ganar. Sin escuchar a les otres. No hubo tenis. No hubo obra. No hubo colectividad. Colectividad no debiera ser un grupo afín; debiera ser todes les giles que habitamos este puto suelo. ¡Quiero seguir chupando contigo amigo polarizado, que se juega por UNO de los extremos, reconozcamos la incomodidad y veamos en que se puede convertir la urticaria que nos damos! Quiero marear mi ego. Quiero que temamos a cosas más lindas. A cosas que nos hagan crecer; no a cosas que nos impiden crecer. Confiemos en la obra. Seguro tendrá muchas cosas impensadas que nos harán remar juntes. Por ahí va bombones. No tengo la menor puta idea de cómo; pero arriesguemos disrupciones en las escrituras, en las dramaturgias de héroes de la verga, en nuestras obras, en nuestras actuaciones, en las obras que nos acojudizan; que a nombre de