El primer presidente de izquierda del país y el primer costeño llegará a la Casa de Nariño de la mano de la primera vicepresidenta afro de la historia. Esa dupla, de la coalición Pacto Histórico, obtuvo más de 11,2 millones de votos, una cifra también histórica, y derrotó a Rodolfo Hernandez y Marelen Castillo, de la Liga de Gobernantes Anticorrupción. Su elección, además, supone un cambio en la manera de llegar al poder en un país que ha estado gobernado históricamente por hombres blancos de élite y urbanos. Por primera vez una mujer afro llegará a la casa presidencial. Márquez representa y encarna la lucha colectiva por la igualdad de género y étnica. Su vida misma es el reflejo de eso, de ahí que para conocer su historia sea clave detenerse en el lenguaje que ella misma usa. «Vivir sabroso», «Soy porque somos» y «Que la dignidad se vuelva costumbre» son algunas de las frases que repite y que muchos colombianos, algunos sin entender, escucharon por primera vez durante la campaña electoral. Ella ha dicho que habla y se comporta como la gente de a pie, como la gente que tiene «las manos callosas» de trabajar, porque para esperanza de unos y desconfianza de otros, la vicepresidenta electa representa a una Colombia que habla distinto, que ha crecido lejos de los centros de poder y que ha sobrevivido en carne propia a una guerra de décadas. O como ella dice: representa a los nadies y las nadies del país. Pero, ¿cómo esta mujer de 40 años logró llegar desde las minas de oro artesanales en el norte del Cauca, hasta una oficina en la Casa de Nariño en Bogotá? En BBC Mundo hacemos un recuento de los tres hitos que supone su elección. 1. Una vicepresidenta afrocolombiana La elección de Márquez supone que al palacio presidencial llegue por primera vez la diversidad étnica que existe desde siempre en Colombia. Francia Márquez nació en Yolombó, una vereda del municipio de Suarez, en el departamento del Cauca. Es una región en el suroeste del país que está habitada principalmente por comunidades afrodescendientes e indígenas. Su mamá es partera, una tradición que aprendió de las abuelas y que, según ha dicho Márquez, le enseñó desde niña a ver su territorio como un espacio de vida. Es tal la conexión que tienen las comunidades afro con su tierra que cuando un bebé nace, entierran su ombligo para que se arraigue y crezca con la fuerza del lugar. De ahí que la nueva vicepresidenta use frecuentemente la palabra ubuntu, que significa «soy porque somos» y que hace parte de la filosofía africana. Esa es la tradición en la que creció Márquez. Su infancia y juventud fue como la de la mayoría de mujeres negras del norte del Cauca. Estudió lo básico en la escuela cercana y ayudó en su casa desde pequeña. A los 16 años tuvo su primer hijo y se convirtió en madre soltera. Para buscarse un sustento trabajaba como minera artesanal. Como ella, muchas personas con linternas y bateas en mano se internaban en las minas a orillas del río Ovejas en busca de un poco de oro para venderle al mejor postor. «Cuando conocí a Francia era una joven minera, con un carácter muy fuerte, no tenía filtro», recuerda en conversación con BBC Mundo Elizabeth García, abogada e indígena arhuaca. Y Márquez lo reconoce: ha dicho que ser mujer negra empobrecida hace que se forme un carácter, porque no hay otra forma de salir adelante. La pregunta ahora es si ese carácter que la llevó hasta la vicepresidencia le alcanzará para materializar todo lo que representa y defiende, en especial la reducción de las brechas de desigualdad y discriminación hacia las mujeres y hacia quienes habitan los territorios étnicos y rurales. «El temor es que las expectativas son demasiado altas con ella. Creo que corre el riesgo de sufrir el síndrome Obama, que es pensar que por tener un presidente negro se van acabar los problemas de dicriminación y resulta que no», explica Sandra Borda, analista política y docente de ciencia política en la Universidad de los Andes. Pero aunque le sea imposible estar a la altura de las expectativas, Borda considera que Márquez sí tiene en sus manos «un poder enorme de, por lo menos, empezar a cambiar la tendencia a los problemas de desigualdad racial y de género en el país». 2. Una vicepresidenta líder ambiental En la comunidad de Márquez, como ella ha contado, la gente ve el río Ovejas como la fuente de subsistencia. Como padre y madre al mismo tiempo, es muy respetado y cuidado. Por eso en 2009 cuando apareció un proyecto para desviar el cauce de ese río hacia una represa cercana, empezó su activismo. «Eso implicaba que las mujeres no podían seguir trabajando y ese era su sustento. Así que la vida misma llevó a Francia a un rol de liderazgo, no creo que haya sido algo planeado; simplemente haber sufrido en carne propia el tema de la discriminacion, haber sido madre soltera muy joven, la llevó allí», dice García. Además del desvío, se entregaron títulos de minería a empresas multinacionales que iban a desalojar a la población para poder empezar el negocio. Era 2009 y Márquez decidió entonces poner una acción de tutela que fue negada dos veces hasta que lograron que la Corte Suprema la revisara. El máximo tribunal le dio la razón a la comunidad: la empresa no había hecho consulta previa ni había seguido el debido proceso, por lo que se frenaron los títulos de minería. Ese primer logro la posicionó como una líder local. Fue su primer paso político sin quizás darse cuenta. Pero la situación no mejoró porque tiempo después llegó la minería ilegal a la zona. Las comunidades empezaron a ver maquinaria que contamina el río con mercurio. En medio de la frustración, Márquez propuso a las mujeres hacer una movilización. Ha contado que muchas tenían miedo, pero cuando les dijo que lo haría sola,