¿Un nuevo Plan Cóndor en América Latina y el Caribe?

Lautaro Rivara y Fernando Vicente Prieto Adelanto del libro El nuevo Plan Cóndor: geopolítica e imperialismo en América Latina y el Caribe (Editorial Batalla de Ideas / Instituto Tricontinental de Investigación Social, 2022) El despuntar de una década y el regreso de la geopolítica Quizás pocos recuerden que la tercera década del siglo XXI comenzó violentamente un 3 de enero del 2020: con un ataque aéreo al Aeropuerto Internacional de Bagdad, Irak. El operativo de precisión fue llevado a cabo a través de los drones inteligentes Predator B. Tripulados virtualmente desde cientos de kilómetros de distancia por operadores estadounidenses, lanzaron dos proyectiles aire-tierra Hellfire R9X a un convoy de las milicias iraquíes respaldadas por el gobierno de Irán. En el ataque resultó asesinado el comandante de la Fuerza Quds, Qasem Soleimani, militar de prestigio en su país, segundo en la línea de sucesión y uno de los principales artífices de la política de guerra y de paz en el Oriente Medio. Como quien quiere dar a entender exactamente lo contrario de lo que afirma, el por entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, aseguró que su gobierno no buscaba un «cambio de régimen» ni tampoco dar comienzo a una guerra. Como fuera, era evidente que «cambio de régimen» y «guerra» aparecían como dos elementos de importancia para interpretar aquella coyuntura; y también para los tiempos por venir. El asunto, irreductible, era que con tan solo apretar un botón no solo moría un general, sino también las breves esperanzas de paz de una década que comenzaba así, guerrerista y violenta. Por entonces, una rápida escalada de declaraciones y movimientos militares parecían poner al planeta al borde de una conflagración mundial. En boca de todos, civiles y militares, especialistas y legos, occidentales y no occidentales, sonaba una palabra que parecía ser la clave de bóveda para la comprensión de tan complejos acontecimientos: la geopolítica. En lo que va de este siglo, y más todavía tras el reto global presentado a la humanidad por la emergencia de la pandemia de COVID-19, la geopolítica parece ya parte de nuestro vocabulario cotidiano. De la geopolítica de las vacunas a la geopolítica del petróleo, de la geopolítica imperialista a la geopolítica de la integración, de la geopolítica del clima a la geopolítica militar; parece en vano intentar comprender algo sin ella. Las tentativas liberacionistas de los pueblos no pueden prescindir de la dimensión geopolítica como una herramienta epistemológica, ni tampoco como una mediación estratégica fundamental. Es notorio que el poder se concentra en el espacio de forma desigual. El espacio será, por lo tanto, un terreno privilegiado de la acción política, ya sea imperial o anti-imperial, colonial o liberadora. A esta nueva situación global determinada por la emergencia de COVID-19 se suman otros «signos de los tiempos», entre ellos los indicadores cada vez más evidentes de una nueva transición hegemónica global; el desplazamiento del eje geopolítico del mundo hacia Oriente; el conflicto entre unipolarismo y pluricentrismo; la crisis de las principales instituciones del autodenominado «mundo occidental»; la militarización y paramilitarización incesante de la vida; la consolidación de «nuevas derechas» y la fascistización en proceso de diversos sectores sociales; la nueva revolución tecnológica y la irrupción de corporaciones de nuevo tipo; la desenfrenada disputa por los bienes de la naturaleza, de cara a que la rueda de la hiperproducción y el consumo continúe girando; el agravamiento del cambio climático y de todos los indicadores de la crisis ecológica; la erosión del neoliberalismo como sistema económico —e ideológico— hegemónico; la eventualidad de una crisis económica de magnitud histórica; el declive de los Estados Unidos y el simultáneo recrudecimiento de su accionar imperialista en América Latina y el Caribe. Fenómenos que nos urgen a una reflexión estratégica y situada sobre la actualidad geopolítica de la región en el marco de un mundo convulso e incierto. Nuevas doctrinas y estrategias de intervención Una conocida anécdota ilustra algunas de nuestras vicisitudes continentales. En enero de 1897, el artista Frederic Remington fue enviado a Cuba por el New York Journal, propiedad de William Randolph Hearst. Remington estaba allí para cubrir la eventual guerra que habría de desarrollarse, pero nada acontecía. El dibujante dirigió entonces un cable a su jefe, en el que le expresó: —Todo está tranquilo. No hay problemas. No habrá guerra. Deseo volver. A lo que Hearst respondió: —Por favor, manténgase allí. Usted proporcione las imágenes y yo proporcionaré la guerra. Poco más de un año después, el 15 de febrero de 1898, se produjo la explosión del vapor norteamericano Maine, anclado en la bahía de La Habana. En torno a este episodio, posiblemente una operación de bandera falsa, los medios de comunicación —no solo el de Hearst, sino también el New York World de Joseph Pulitzer, convertido hoy casualmente en un prestigioso galardón— difundieron la semántica de la guerra y ayudaron a convencer a la opinión pública de la justicia de la causa norteamericana. Esto dio cobertura ideológica y estímulo político a una acción militar largamente planificada. Luego de triunfar en la guerra Hispano-Cubano-Norteamericana, EE. UU. tomó posesión de las antiguas colonias españolas de Filipinas, Cuba y Puerto Rico. Así comenzó a consolidar su control territorial en el Caribe, esa «frontera imperial» estratégica (Bosch, 1985). Ya en el siglo XX, el dominio de este espacio fue ampliado con la secesión de Panamá, una prolongada ocupación de Haití y República Dominicana y la compra a Dinamarca de las denominadas Islas Vírgenes Estadounidenses. Hoy este es el centro de operaciones del Comando Sur, desde donde irradia su influencia a todo el continente. Nada es completamente nuevo bajo el sol. Existe una continuidad patente respecto de aquella articulación de dispositivos políticos, militares y comunicacionales puestos al servicio de la intervención y nuestro propio presente geopolítico, aunque las formas y los pretextos de la guerra se hayan desplazado hacia competencias que en otro tiempo tenían una relación más distante con las operaciones estrictamente militares. Mucha agua ha corrido bajo el puente desde los tiempos del Maine y desde los golpes de Estado

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