Bolivia: un voto contra la derecha radical

Por José Luis Exeni

La fórmula Rodrigo Paz Pereira-Edman Lara se impuso en la segunda vuelta de las elecciones bolivianas. Con el Movimiento al Socialismo (MAS) fuera de la segunda vuelta y casi sin presencia en el próximo Parlamento, el voto popular se volcó masivamente a esta opción de centroderecha contra el intento del ex-presidente Jorge «Tuto» Quiroga de regresar al Palacio Quemado.

La primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2025 en Bolivia significó una derrota histórica de la izquierda representada por el Movimiento al Socialismo (MAS), que gobernó en solitario durante los últimos 20 años. No obstante, no se produjo el anunciado giro a la derecha radical. El inédito balotaje, realizado este 19 de octubre -el primero de la democracia boliviana-, dio la victoria a un todavía difuso centro, con inclinación a la derecha, representado por el senador Rodrigo Paz Pereira y el ex-policía Edman Lara, un binomio accidental que con una sigla prestada ganó los comicios con 54,6%, según datos oficiales preliminares. Nadie apostaba a su victoria antes del 17 de agosto.

Paz y Lara derrotaron al candidato de la derecha neoliberal y conservadora, el ex-presidente Jorge «Tuto» Quiroga, a quien no le alcanzó la estrategia del miedo ni una millonaria campaña que incluyó una intensa guerra sucia contra sus adversarios para torcer la voluntad del electorado. En un contexto de fuerte incertidumbre, el nuevo gobierno, que tomará posesión el 8 de noviembre, deberá construir acuerdos de mayoría en la Asamblea Legislativa y gestionar la gobernabilidad en la calle para enfrentar una severa crisis económica y una persistente polarización política, étnica y regional.

La primera vuelta de las elecciones derivó en el fin del ciclo del MAS como partido dominante durante dos décadas. Luego de haber obtenido cuatro victorias sucesivas con mayoría absoluta de votos (en 2005, 2009 y 2014 con Evo Morales, y en 2020 con Luis Arce), el MAS quedó sumido, en muy poco tiempo, en la marginalidad política. La división interna, la disputa por la reelección, la mala gestión de Arce, la inhabilitación de Morales -quien llamó a anular el voto- y, en especial, la fatiga del llamado «proceso de cambio» dejaron al MAS no solo fuera del balotaje, sino también casi sin representación política institucional. Un partido que gobernó con cómodas mayorías -que llegaron a dos tercios del Parlamento- y construyó una inédita hegemonía política terminó abruptamente casi sin presencia en el nuevo Parlamento: el espacio del MAS, que concurrió dividido a las elecciones, contará en conjunto con diez diputados sobre 130 y no tendrá presencia en el Senado. Una derrota en gran medida autoinfligida, que derivó en un «colapso sin pena ni gloria». 

Esta vez las urnas se inclinaron por una amplia mayoría a fuerzas políticas y candidaturas en un arco que va del centro a la derecha radical. Había una fuerte demanda de cambio y la izquierda representaba la continuidad.

En la primera vuelta del 17 de agosto, compitieron ocho fuerzas políticas, entre ellas tres facciones provenientes del MAS: la del actual presidente Luis Arce, quien se quedó con la sigla del MAS de manera ilegal, obtuvo 3,2% de votos, apenas suficiente para obtener dos diputados; la del titular del Senado, Andrónico Rodríguez, joven dirigente cocalero que expresaba la renovación del espacio, alcanzó 8,5% y ocho diputados, muy lejos de algunas previsiones que lo situaban en segunda vuelta; y la del ex-presidente Evo Morales, quien al ser inhabilitado de los comicios, lanzó una campaña por el voto nulo y logró un no despreciable 19,9% (frente a un promedio histórico de votos nulos de 3,7%). 

Esa división caudillista, junto con el voto castigo a la gestión de Arce y la crisis económica en curso, condujo al descalabro electoral del movimiento político más fuerte de la historia democrática boliviana. Pero el cambio de ciclo político tiene sus matices. Por un lado, los bolivianos votaron contra la opción de la derecha radical que habría alineado al país con el gobierno de Javier Milei y con otras derechas reaccionarias. Por el otro, Paz-Lara ganaron gracias a los ex-votantes del MAS.

La mayor parte de quienes en el pasado reciente votaron por Evo Morales se inclinaron ahora por Paz y esos votos fueron decisivos en su victoria. No fue una adhesión ideológica ni menos aún identitaria, sino de circunstancia. Si bien el capitán Lara -un carismático ex-policía despedido por denunciar la corrupción en la fuerza- sintonizó bien con el mundo plebeyo, el voto popular fue sobre todo un voto contra «Tuto» Quiroga, visto como el peligro mayor. «Paz y Lara ganaron con el voto evista, el voto de los indignados por la proscripción y exclusión electoral», afirmó categórico el ex-presidente Evo Morales en un posteo en la red X, haciendo referencia a su inhabilitación para estas elecciones. 

Si en la primera vuelta Morales insistió con su llamado al voto nulo, en el balotaje ya no propició esa consigna, y el voto nulo, de hecho, fue en masa a la candidatura de Paz. Según Morales, este voto obligaría al nuevo presidente a no destruir el Estado Plurinacional ni las conquistas sociales; no aplicar medidas neoliberales ni someterse al «imperialismo»; no criminalizar la protesta y gobernar consultando al pueblo. Una suerte de añoranza de un gobierno del MAS, pero sin el MAS. Por lo pronto, Lara respondió con un guiño en su primera conferencia de prensa como vicepresidente electo: «siempre vamos a respetar el Estado Plurinacional».

El binomio Paz-Lara, además del voto rural, congregó votos de los barrios más populares y periféricos de las ciudades, así como el de provincias: ganó en seis de los nueve departamentos. Tuvo cómodas victorias en La Paz, Cochabamba, Potosí y Oruro (con más de 60% de los votos) y mayorías superiores a 50% en Pando y Chuquisaca. Por su parte, Quiroga ganó en las ciudades capitales, entre las clases medias y en su plaza fuerte de Santa Cruz, región agroindustrial tradicionalmente opuesta al MAS; y con menor porcentaje en el departamento norteño de Beni. Hubo casi empate en el departamento de Tarija, fronterizo con Argentina, tierra donde Rodrigo Paz desarrolló su carrera política y donde vive su padre, el ex-presidente Jaime Paz Zamora (1989-1993). Esta división territorial es similar a la de las elecciones desde 2005. El binomio Paz-Lara expresó mejor la demanda de cambio, pero sin una restauración oligárquica conservadora.

Este proceso electoral, entonces, deja como saldo inmediato: (a) un nuevo gobierno (débil), que por primera vez desde 2005 no es del MAS, sino de una filiación de centroderecha, y que deberá realizar un incierto ajuste económico; (b) una reconfiguración del campo político, con tres fuerzas minoritarias «que cuentan» en el nuevo escenario (el Partido Demócrata Cristiano [PDC] de Paz, Libre de Quiroga y Unidad del empresario Samuel Doria Medina, el favorito que al final obtuvo el tercer lugar en la primera vuelta); (c) una previsible mutación en el modelo económico, que dejará de ser Estadocéntrico para ladearse más hacia el mercado y la inversión privada; (d) una conversión electoral del campo «nacional popular» que durante dos décadas se identificó en las urnas con el MAS y hoy se inclina por razones pragmáticas por la promesa de «capitalismo para todos» de Paz; y (e) una persistente polarización que plantea preguntas sobre la unidad nacional. Es una transición en la cual la Bolivia popular ha reaccionado de una manera flexible a la implosión del MAS -hasta ahora considerado «su «instrumento político»- mediante pactos con partidos tradicionales que eran habituales antes de la llegada de Morales al poder. 

Ahora bien, más allá de los comicios y sus efectos políticos, ¿cuál es el horizonte de esta nueva etapa? Estamos ante la combinación de una imagen de renovación (aunque Rodrigo Paz ha estado en la política y en la función pública desde hace más de dos décadas, no fue una figura central); una agenda de reformas que no podrá dejar de lado la potente economía popular-informal; una impronta de lucha contra la corrupción (en especial, con base en la historia de vida del capitán Lara); una narrativa religiosa y conservadora (Dios y familia por delante); y una interpelación desde la Patria contra la elite excluyente y discriminadora. Está por verse si esto será suficiente para conseguir un gobierno estable.

En ese contexto, el nuevo ciclo a la cabeza del electo presidente Rodrigo Paz debe enfrentar una agenda compleja con diferentes tareas y temporalidades. La más urgente, sin duda, tiene que ver con la crisis económica, expresada en inflación, escaseces (de combustible, de dólares, de medicamentos) y déficit fiscal. Paz prometió que desde el primer día de su mandato se normalizaría la provisión de gasolina y diésel, que hoy provoca interminables filas en los surtidores. No parece fácil si no se cuenta con las divisas suficientes para seguir cubriendo, por un tiempo más, las millonarias subvenciones públicas que ni siquiera Morales logró revertir. En realidad, no está clara la ruta crítica del ajuste, en principio gradual, que ejecutará el nuevo gobierno.

La agenda contra la crisis económica, que pasa también por una necesaria reforma normativa, requerirá de una mayoría parlamentaria. Pero esto no parece muy complicado. La suma aritmética de los asambleístas oficialistas con los de Unidad de Doria Medina, que ya expresaron disponibilidad a colaborar con el nuevo gobierno, le otorgaría al nuevo mandatario mayoría en ambas cámaras. Para lograr dos tercios tendrá que buscar acuerdos con la bancada de «Tuto» Quiroga. Se ahuyenta así el peligro del bloqueo institucional. Quizás lo más complicado sea cuidar la cohesión en la propia bancada del PDC, sigla utilizada por varios candidatos y que alberga diferentes facciones y liderazgos, entre ellos el del nuevo vicepresidente Edman Lara, que tendrá agenda propia y un singular protagonismo. Muy popular en TikTok, se trata de una figura con una personalidad compleja, como pudo verse en varios momentos de tensión con el propio candidato presidencial.

Pero la historia democrática boliviana, sobre todo en la época de la llamada «democracia pactada» durante los años 80 y 90, ha demostrado sobradamente que los pactos parlamentarios, e incluso las coaliciones multipartidistas de gobierno, no bastan para garantizar la gobernabilidad en las calles. En 2003, el presidente neoliberal Gonzalo Sánchez de Lozada tenía el apoyo de varios partidos que sumaban más de dos tercios del Congreso, pero terminó renunciando en medio de la llamada «guerra del gas» y huyendo a Estados Unidos. Por eso, Paz deberá lograr concertaciones amplias con sectores sociales y corporaciones populares, que votaron por su binomio, y con actores territoriales como Santa Cruz, que en su mayoría no lo apoyaron. Esta tarea es más difícil, considerando sobre todo la agenda de ajuste económico, sus costos sociales y previsibles escenarios de conflictividad.

En sus primeras apariciones públicas, en la noche de la elección, Paz y Lara emitieron mensajes de unidad y de reconciliación. «Se acabó la campaña, nuestra bandera es Bolivia», afirmó Lara. «Hoy desde la victoria extendemos la mano para gobernar con todos», invitó Paz. El mensaje enfrenta, empero, un contexto de polarización y fractura. Pese a que el derrotado Quiroga reconoció el resultado y felicitó a Paz, sus adherentes más radicales agitaron rápidamente la denuncia de fraude con arengas divisionistas, discursos de odio, expresiones racistas y acciones violentas, aunque aisladas. Esto iba en la línea de varios tuits de juventud del candidato vicepresidencial de Libre, Juan Pablo Velasco, en los que llamaba a «matar a los collas». Cholos e indios bloquearon, una vez más, las aspiraciones de un sector de la elite percibido como revanchista.

Pero hay otra agenda que, si bien no está en la primera línea de urgencias, tiene carácter estratégico y debe ser asumida más temprano que tarde en este nuevo ciclo: la agenda de reforma político-institucional, empezando por una transformación integral del sistema de administración de justicia, hoy en situación de crisis terminal. Además de la crisis económica que ocupa la preocupación colectiva y fue central en la campaña electoral, hay una suerte de debacle institucional que requiere una serie de reformas, incluido posiblemente un cambio constitucional. Están en agenda, entre otras, reformas sobre la reelección, el hiperpresidencialismo, la fallida elección popular de las altas autoridades judiciales, cuestiones de diseño de los órganos del poder público, la naturaleza del Tribunal Constitucional y la representación política directa de las organizaciones indígenas. Se requieren ajustes también en la organización territorial del Estado y el modelo autonómico, así como en el régimen económico. Por ahora, es saludable que el binomio electo no se haya comprado la falsa e inútil bandera de «volver a la República» en reemplazo del Estado Plurinacional (lo que equivale a la república sin indios ni derechos colectivos), como sí lo hicieron «Tuto» Quiroga y el también derechista Manfred Reyes Villa (quinto en votación en la primera vuelta). 

¿Qué sigue luego del balotaje y el consumado giro político, sin partido dominante ni proyecto hegemónico? Si la gestión de gobierno y las políticas públicas por venir se inclinan más hacia lo «nacional popular», Paz y Lara podrían ser un gobierno de cambio con proyección de futuro, y no solo de transición. Tendrán que enfrentar para ello las presiones de las elites, especialmente las de Santa Cruz, y un contexto regional e internacional adverso. Si en cambio se inclinan más hacia una agenda restauradora, es probable que se quiebren desde adentro. Tendrán que rendir cuentas ante quienes los votaron, aunque más no fuera de forma pragmática, precisamente para evitar ese devenir. Por ahora, lo más importante es brindar señales de certidumbre y reconstituir la confianza (en la política y en la economía). 

Como sea, más allá del derrotero de este nuevo centroderecha en función de gobierno, queda abierta la enorme tarea de reconstitución de la izquierda plurinacional popular. Para ello se requiere algo que está pendiente desde la coyuntura crítica y la asonada cívica-policial de 2019: autocrítica. También urge, por supuesto, la proyección de nuevos liderazgos y la regeneración de las organizaciones sociales (hoy divididas y sometidas a lógicas de cooptación estatal), junto con un proyecto de futuro: ya no basta con proponer volver a la edad de oro del MAS, cuando la economía crecía al 5% anual y el Banco Central estaba lleno de reservas. No obstante, la implosión del MAS, en medio de feroces luchas internas, posterga por ahora ese proyecto, mientras se va redefiniendo el lugar de Evo Morales, hoy «autoexiliado» en la región cocalera del Chapare, en la política boliviana.

Fuente: Revista Nueva Sociedad