El concepto de superdotación es controvertido. Por un lado, neurocientíficos, neuropsicólogos y otros afirman que solo los niños con un coeficiente intelectual (CI) superior a la media son superdotados. Por otro lado, psicopedagogos y entrenadores deportivos, por ejemplo, dicen que la superdotación es más amplia y que los niños con altas capacidades en varias áreas también son superdotados. La discusión da para mucho. Sin embargo, existe consenso en que los niños que hacen una prueba de CI, una métrica que mide la inteligencia, y alcanzan un percentil superior a 97, son superdotados. Theo Costa Ribeiro, un niño de 6 años de São Paulo, Brasil, es superdotado. Pronunció sus primeras palabras a los 6 meses y al año y medio ya estaba formando frases con calma, justo cuando empezó a asistir a una escuelita. «Él vio una palabra y nos pidió que le explicáramos qué era cada letra, y luego siguió preguntando, pero no eran preguntas tontas», le dice a BBC News Brasil, Ygor Ribeiro, padre de Theo, enfantizando que la familia no obligó al niño a hacer nada, pero tampoco ignoró sus curiosidades. En la pandemia, mientras los niños aprendían las letras, Theo, que entonces tenía 3 años, ya leía, escribía y hacía cálculos. En julio del año pasado volvió a la escuela y en agosto llamaron a sus padres a una reunión. En esa conversación, les dijeron que el desempeño del niño estaba muy por encima del promedio y le sugirieron que hiciera una prueba de inteligencia. «Después fuimos a una neuropsicóloga, que le hizo pruebas de inteligencia y también de la parte emocional y motriz. Luego, nos dio un informe que nos sorprendió un poco, diciendo que su nivel va más allá de la superdotación. Y le preguntamos: ok, ¿qué hacemos entonces con este chico?», recuerda Ribeiro, entre risas. «Mezcla de niño y adolescente» El informe de Theo, tanto intelectual como emocional, mostraba un nivel de inteligencia equivalente al de una persona de entre 14 y 15 años. Él tenía 5. Actualmente, el niño está cursando el segundo grado en una escuela privada. «Se saltó el primer grado y ahora estamos viendo con la escuela que el próximo año irá a 4º, en lugar de 3º», dice Ribeiro. Sin embargo, esto no significa que el niño no actúe como un niño normal. Siempre ha sido extrovertido, le gusta hacer amigos, jugar, le encantan las clases de educación física en la escuela y le apasionan los dinosaurios, razón por la cual creó un canal de YouTube (Tu hijo paleontólogo). «A veces es un niño de 6 años al que le gusta jugar con dinosaurios, ver dibujos animados y jugar videojuegos, pero a veces activa este ‘modo’ adolescente y luego tienes una discusión filosófica», dice el padre. «Ya tuvimos que explicarle cómo es la reproducción humana, cuál es el código genético, porque un niño es rubio y el otro moreno. Es una mezcla de niño y adolescente», define el padre. Y las sorpresas no terminaron ahí: en febrero de este año, Theo fue el brasileño más joven en unirse a Mensa International, una sociedad que reúne a personas con alto coeficiente intelectual. Hoy, además de asistir a la escuela, toma clases de fútbol y música. «Lo que falta son incentivos del gobierno y de nuestras escuelas para darles a estos niños lo que necesitan para que sean ‘utilizados’ de la mejor manera posible. Nosotros, por ejemplo, tuvimos que presentar un recurso judicial para sacar a Theo de 1º grado». Pero, de hecho, tendríamos que tener un incentivo para que esto se haga, y no al revés. Entonces, es como si el gobierno educativo estuviera reteniendo intencionadamente a estos niños para que no avancen», lamenta Ribeiro. El Ministerio de Educación de Brasil (MEC) fue contactado varias veces por correo electrónico y teléfono para explicar por qué los padres tienen que acudir a los tribunales para que estos niños avancen en la escuela. Sin embargo, hasta la publicación de esta nota, no teníamos respuesta a esta u otras preguntas. «La escuela que realmente desarrolla el talento es la que brinda oportunidades, y no la que espera que el padre ingrese al Ministerio Público para obtener un derecho que está garantizado por la ley», defiende Patrícia Gonçalves, neuropsicopedagoga, doctora en cognición, y especialista en superdotación. El caso de Nicolle Nicolle de Paula Peixoto, de 8 años, pronunció su primera palabra a los 6 meses: papá. «Con un año, yo compraba muñecas, pero su juego era el lápiz y el papel. Y la gente decía que era diferente, pero yo pensaba que era un sentimiento de madre», dice Jéssica Verônica de Paula Peixoto, madre de Nicolle. Pero hubo más señales. A los 2 años, cantaba canciones y asistía a la guardería. «En ese momento, recibí una tarjeta que decía que ella ya se destacaba de los otros niños», dice la madre. El año pasado, a través de una rifa que incluyó la inscripción de 2.500 niños, Nicolle, entonces de 7 años, fue seleccionada junto a otros 149 para ingresar a una escuela federal en Río de Janeiro. Y fue allí que los padres recibieron la indicación de realizarle un test de coeficiente intelectual a la niña. «Hasta entonces no sabíamos que tenía talento», dice Peixoto. Nicolle se encuentra actualmente en el 3º grado de la escuela primaria. «Y ahora vamos a intentar saltarnos la serie porque tenemos un informe que lo respalda», explica la madre. Nicolle es muy curiosa y ya sueña con ser médica, aunque su pasión son las matemáticas. «Un día, estábamos en un servicio de la iglesia y ella se sentó junto a un compañero de clase que tomó un libro de matemáticas de sexto grado. La niña estaba haciendo cálculos de mínimo común múltiplo (mmc) y Nicolle estaba mirando. Cuando llegó a casa, reprodujo todo y acertó», comenta la madre, recordando que en otra ocasión la niña le pidió a su padre que le enseñara la raíz cuadrada. «Esta curiosidad y ganas de aprender está dentro de ella», argumenta Peixoto.