No es amor, es obsesión: el mecanismo del cerebro que hace que te enganches a relaciones tóxicas

Lo que ves como «química brutal» puede ser una relación tóxica. Estas últimas semanas se generó mucho ruido en redes sociales con el juicio de Amber Heard y Johnny Depp en donde se habló de abuso y maltrato. Pero no hace falta llegar a ciertos extremos para estar en una relación tóxica y sufrir con sus efectos perniciosos. Es algo tan sutil y común que pude pasar desapercibido. Pongamos un ejemplo que seguro te suena. Conoces a alguien y la persona está súper implicada, chatean a muerte, comparten mil cosas, te propone planes geniales, te dice que eres increíble. Pero, a la vez, se desaparece algunos días, te deja en visto (¡el bendito doble tick azul!), esos planes que se proponen se concretan muy de vez en cuando o no pasa contigo el tiempo de calidad que te gustaría. Pero luego vuelve y el ciclo se repite. «Sabemos que el momento agradable va a volver y quedamos enganchados esperando a que vuelva, porque tenemos la certeza de que al final siempre vuelve. Esos momentos de subidón son tan agradables que nos olvidamos de los bajones», explica la psicóloga Marta Novoa, especializada en relaciones de pareja y autora del libro «Amor del bueno». Acabas recibiendo «una de cal y otra de arena». O, lo que es lo mismo, un refuerzo intermitente. Una recompensa impredecible, aleatoria, inconsistente El psicólogo Frederic Skinner hizo un experimento con ratas. Las metió en una jaula donde había una palanca y, cada vez que la presionaban, caía una bola de comida. Probaron a ver qué pasaba si, al presionar, no caía comida. Las ratas perdían interés y no presionaban más la palanca. En ambos casos, se trataba de un refuerzo continuado: siempre hay comida o nunca la hay. ¿Qué pasaría si, al darle a la palanca, la comida saliera al azar? Pensaron que la rata olvidaría presionar la palanca. Pero no. Se obsesionó y la presionaba a cada rato, aunque no saliera nada. Se volvió adicta hasta el punto de abandonar su descanso, alimentación y aseo. «Eso es el refuerzo intermitente, una recompensa impredecible, aleatoria e incosistente», apunta la bióloga y terapeuta psicocorporal Lorena Cuendias. «El circuito de recompensa del cerebro tiene la finalidad de reforzar conductas para nuestra supervivencia como beber, comer, o reproducirnos. También se activa cuando recibimos señales de aprobación y validación externas», señala. Con la recompensa y el placer, se liberan dopamina y serotonina. Cuando hay consistencia en el estímulo, cuando el placer es predecible -siempre llega la bolita de comida, me contesta siempre los mensajes de whatsapp- el cerebro se acostumbra y, cada vez, libera menos de estas sustancias. Vamos, que ya no das el mismo respingo cuando te llega un «Hola, qué haces». Cuando hay inconsistencia, somos como la rata. Una droga en tu cerebro «Hay imprevisibilidad sobre cúando y cómo volverá el subidón (de hormonas) al cerebro. Es algo preciado y se persigue como sea», señala Cuendias. Ante la privación, las neuronas «necesitarán cada vez más dosis con estímulos más fuertes de eso que produce el enganche». Además, la oxitocina, hormona del vínculo y del amor, se inhibe y hay un desequilibrio entre ésta y la dopamina. Aquí es cuando llega la «obsesión». «El desquilibrio (hormonal) puede hacer que la persona experimente ansias intensas de conservar y desear a su pareja. La víctima puede hacer cosas le que pongan en riesgo, como permitir ciertos comportamientos, incluso sexuales, que en otras circunstancias no toleraría». Quien lo sufre, trabaja cada vez más para mantener esa relación y volver a la fase de «luna de miel», donde obtendrá más dopamina. Es una adicción. «La adicción a la droga, tabaco o heroína tiene el mismo mecanismo», remarca Cuendias. «La droga te da ese subidón en el momento y después está el bajón, incluso el síndrome de abstinencia. En las relaciones pasa exactamente lo mismo. Los circuitos que se activan en el cerebro son prácticamente los mismos», dice Novoa. La delgada línea entre el «tonteo» y lo tóxico Quién no ha dado un salto cuando quien nos gusta empieza a seguirnos en una red social o nos manda un mensajito; contestamos, sigue el tonteo, la cosa para por unos días y luego, vuelta al ruedo. Cómo nos emocionamos con ese flirteo, con ese tira y afloja. Ambas terapeutas sostienen que es normal que, al principio de una relación, ya sea casual o formal, haya picos de emoción y bajones. «Nos sucede a todos. Tenemos anhelo de fusión. El juego preliminar es natural para mantener el vínculo y para lo que la biología busca, que es procrear», sostiene Lorena. Pero hay una línea roja. O varias. Novoa y Cuendias sostienen que lo importante es mirar dentro de uno mismo y ver cómo nos sentimos. La alerta para Cuendias es «cuando los sentimientos son más fuertes que nuestra capacidad de actuar por nuestro propio bien e interés«. Puede haber esa química brutal y una atracción muy fuerte. Pero, dice Novoa, debe ser acompañada por una sensación de paz como fondo, no solo cuando la persona está presente, también cuando no está, «porque se tiene la certeza de que el trato no cambia, que está para mí y hay una implicación». La bandera roja para Novoa es que haya una sensación de urgencia, de ansiedad: «Cuando hay enganche es como más de montaña rusa continua». «Y tú y yo, ¿qué somos?» Cuando se habla de asimetría en las relaciones de pareja suele hablarse de diferencias de edad o poder. Pero una relación asimétrica también es aquella donde una de las personas habla de sus expectativas y la otra no. Seguro que también conoces la escena, ese momento en un vínculo afectivo en que uno de los dos pregunta: «Y tú y yo, ¿qué somos?». Más allá de etiquetas, la asimetría llega cuando una parte plantea qué quiere -y no tiene que ser necesariamente una relación estable-, mientras la otra parte evade el tema. «Nunca se sabe en qué marco relacional nos estamos moviendo. No sabemos muy bien qué esperar. Es una relación en la que no hay límites, es decir, que no se señala en ningún momento lo que es sano para mí y lo que no», señala Novoa.

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