Andrés Huanca Rodrigues
Apelar al separatismo, dando un ultimátum al resto del país cuando has concedido tu principal bandera -“censo 2023”-, debe ser de las movidas políticas más extravagantes de los últimos años.
Entiéndase, además, que cuando el camachismo, a través de uno de sus voceros, Rómulo Calvo, afirmó que daba al “país” 72 horas, en realidad se dirigía al resto de la oposición. Sin embargo, al sugerir la separación de Santa Cruz de Bolivia el camachismo marchó más hacia la independencia de su liderazgo del resto de la oposición. Cualquier otra fuerza política, de secundar tan audaz empresa, vería su posición comprometida al apoyar que una de la regiones de Bolivia se separe. ¿Bajo que lógica? ¿bajo qué ventaja para sus representados y el país? Difícil explicar a la población aquella “necesidad” fuera de la rabieta que despertó en el camachismo por sentirse abandonado. No es ni cercanamente suficiente. Además, si tanta indignación les despertó que la oposición nacional no los acompañe -más por cálculo que por falta de ganas- pues está «brillante» idea lejos de alinearlos, parece cavar más honda la grieta revelada por el fracasado “paro nacional”.
Es sabido que el camachismo es un fracaso en la política que se libra en la arena democrática e institucional. Su 14% en las elecciones nacionales del 2020 era muestra de ello y después de una pésima gestión la tendencia parecen ahondarse. Su viabilidad y vigencia política se asentó en arrastrar al país a sus límites, abandonando y haciendo inútil la Asamblea Legislativa o cualquier otro canal democrático, para entrar en la arena de la disputa por la fuerza en las calles, a la imagen y semejanza del 2019. El camachismo, pues, tendió constantemente a jalar al país hacia la radicalización a la derecha como forma de disputar la gobernanza, liderando y queriendo verse del tú al tú con el gobierno nacional, para satisfacción y cohesión de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, imponiendo agenda a pesar de ser la tercera fuerza política en el país y claramente limitada a una región.
En ese sentido, el llamado a revisar la relación de Santa Cruz con el resto del país, después del bochornoso resultado de la pulseta por el censo, es un tirón más hacia la radicalidad como forma de sostener su viabilidad, de salir de una batalla que no pudieron ganar pero peleando. Sin embargo, la fantasiosa amenaza de 72 horas cae en lo patético e incluso delirante. Cae, pues, fuera del cubilete. Hace inviable al camachismo para la política real boliviana; quiere decir, deja de ser una alternativa sostenible para aquellos que radicalizados a la derecha el 2019 veían aún en Fernando un “milagro”, un líder serio.
La prudencia siempre es una virtud y, como decía Zavaleta Mercado, en política no existen victorias y derrotas totales. No obstante, el desenlace de un conflicto de esa intensidad inicia nuevos episodios marcados por el reajuste de la correlación de fuerzas. No queda incólume. Por ello da la impresión que se avanza en la resolución de un desajuste político que se mantenía pendiente desde el 2019; el gobierno democráticamente electo era incapaz de detener al camachismo movilizado, como se había visto el 2019 y el 2021. El papel del gobierno central como portador del ejercicio del poder, mediante la ley y la fuerza, estaba en suspenso cada octubre y noviembre. El resultado de la pulseta por la fecha del censo parece devolverle cierta fuerza arrebatada a la posición del gobierno democráticamente electo.
Entonces, si el camachismo no es una fuerza capaz de liderar mediante política a la oposición, como se observa en sus resultados electorales y su papel en la Asamblea Legislativa Plurinacional. Si el camachismo no es un proyecto alternativo al Proceso Cambio, a pesar de que quiera revestirse de federalismo pero es incapaz consensos con otras regiones. Si el camachismo no es gestión pública efectiva, dada la vergonzosa ausencia de obras y transformaciones a nivel de la gobernación de Santa Cruz. Y si el camachismo era por sobretodo fuerza bruta, asentada en la musculatura económica de ciertos círculos de la burguesía cruceña y el paramilitarismo fascista, pero esta vía se muestra insuficiente. ¿Sigue siendo políticamente viable? Veremos, el camachismo está a la deriva.