Juanqui Arévalo
¿podemos hacer que las cosas existan de otros modos?
Luego de un paréntesis obligatorio de las convenciones sociales del encuentro, consecuencia de la pandemia, lxs diversxs agentes culturales de nuestros territorios se encuentran en una constante negociación con su presente inmediato para llevar a cabo eventos, conciertos, festivales, presentaciones escénicas, ferias, clases; en fin, innumerables modos de gestionar el encuentro entre personas.
Este tiempo es crucial para repensar nuestras políticas del encuentro, un tiempo que nos invita (casi a empujones) a preguntar por ¿cuáles de nuestras prácticas culturales heredadas de otros tiempos son necesarias hoy? Con esta pregunta hago un llamado y una invitación a desmontar ciertas lógicas normalizadas y anquilosadas en nuestros modos de ser y hacer en comunidad, a desaprender estos modos para aprender y crear nuevas maneras de estar juntxs, a escuchar aquello que se encuentra en estado de emergencia, hago alusión a la palabra en sus dos sentidos, emergencia en tanto una situación que requiere de acciones inmediatas y, por otro lado, aquello que comienza a salir a la superficie.
Cada acontecer cultural arrastra consigo formas, formalidades, que se practican muchas veces “porque así son”, “así deben ser”, “siempre fueron así”, estas formas pueden ser confundidas o nombradas como tradición ¿serán estas formas heredadas las ideales para esta emergencia?
Con esto no me voy a que desmantelemos por completo nuestro acervo cultural, pero si a observarlo con la atención necesaria, siempre a la escucha, para identificar aquellos haceres normalizados, que a lo mejor no responden más a nuestra contemporaneidad.
Las culturas responden a nuestras maneras de estar en el mundo, modos de hacer en común, en comunidad, a cómo nos organizamos alrededor de ideas, alrededor de pulsiones, alrededor de deseos y necesidades, al ejercicio creativo, micro político y sensible de convocarnos y ponernos en relación; las formas, las estéticas devienen mucho después. Entonces ¿Cómo no replantear nuestras maneras de hacer mundo hoy?
Las formas emergen en tanto las habitamos, en tanto las corporeizamos y las hacemos propias, pero fuera de lo nominal, sino de lo experiencial. La cultura es experiencia, experiencia hecha cuerpo, experiencias atravesando cuerpos. Los cuerpos puestos en relación tienen la capacidad de cambiar el estado de las cosas, de crear realidades, de imaginar posibles, de definirnos y redefinirnos en el hacer.
Corremos el riesgo de romantizar y formalizar el pasado bajo el imperativo de “volver a la normalidad”. Cuando esa normalidad acentúa y polariza la diferencia, jerarquiza las prácticas culturales, enfatiza lógicas binarias, discrimina entre cuales culturas pueden y no ser.
Corremos el constante riesgo de trazar fronteras, cuando la invitación está en ocupar esos márgenes, observar que tienen un espesor habitable con varias posibilidades de acontecer en el encuentro, en la escucha y la confluencia.
¿podemos hacer que las cosas existan de otros modos?
Este tiempo y sus complejidades son la oportunidad de ensayar mundos posibles, hacia la construcción de conocimiento entre voces e identidades diversas. Practicar la confluencia de lo múltiple y combatir la totalización de los sentidos. Si pensamos la cultura como un saber vivo y en constante movimiento, ésta siempre tendrá maneras diversas y multiformes de escapar de su instrumentalización. De ir en contra de la unificación y la estandarización.
En un territorio como el nuestro lo múltiple es una potencia.
El autor es Danzarín y dramaturgo.