Si el jesuita español Alfonso Pedrajas, “padre Pica”, llevaba un diario sobre su pederastia, su compatriota y compañero de orden Luis María Roma Padrosa tenía un archivo de fotos y videos. Este registro de los abusos cometidos a su paso por Charagua (Santa Cruz) fue hallado y revelado por otro miembro de su congregación.
Durante años, Roma guardó la cuenta de sus agresiones en decenas de imágenes en las que puede ser identificado claramente. Sus víctimas eran niños y niñas de seis a 12 años de edad, de piel morena y rasgos indígenas. En 2019, una investigación de la agencia EFE reveló los abusos sexuales del padre Roma, siete meses antes de que el jesuita muriera negándolo todo. Este caso, denunciado hace cuatro años, recién fue derivado al Ministerio Público hace días.
Página Siete accedió al archivo fotográfico y habló con el exjesuita que halló el archivo, cuando compartía vivienda con Roma. La identidad de la fuente será resguardada por su seguridad y hay que aclarar que no tiene relación con el exjesuita Pedro Lima, quien en los últimos días realizó varias denuncias.
“Puede decirse que el mío es el testimonio cero. Fui parte de la comunidad en la que vivía Roma. Ahí encontré el CD con las pruebas”, afirma el exjesuita.
No titubea y aunque han pasado más de 10 años, recuerda aquel momento en que vio en un computador la imagen de uno de sus sacerdotes más admirados en uno de los crímenes más atroces. No solo reconoció al padre, también reconoció el poblado y la habitación.
Una década en Charagua
Conocido como territorio Guaraní, Charagua es uno de los municipios más grandes del país, pero en el que la mancha urbana es muy pequeña. Apenas se extiende por unas 10 a 15 cuadras hacia adelante y hacia atrás.
A esta región, la Compañía de Jesús llegó en 1964. Desde entonces emplazó proyectos educativos, como las escuelas Fe y Alegría, o productivos, como Cipca Cordillera. Pero, sin duda, el corazón de todo era la parroquia San Miguel, el destino de Luis Roma entre 1994 y 2004.
“Parecía un viejito entrañable, solo tenía unos chistes un poco pasados de tono. Incurría en una suerte de doble sentido sexual, pero no se podía pensar que ese señor hubiera abusado niños. Era un excelente profesor de música, lo admiraba”, señala el exrreligioso.
Son decenas de jóvenes y adultos los que lo recuerdan de esa forma. Como el padre alegre que les enseñó a apreciar la música, que les regalaba dulces y galletas mientras los llevaba a la parroquia a ver películas.
“Fue parte de mi paso a la adolescencia, siempre nos aconsejaba. No puedo creerlo”, dice uno de sus feligreses al ser consultado por la denuncia que la Compañía de Jesús oficializó en contra del padre Roma.
Y es que al parecer era esta cercanía de maestro, amigo y consejero la que le servía para acercarse a los niños y niñas que luego serían sus víctimas. No se sabe cómo los escogía, pero por las fotos se ve que eran pequeños de entre seis a 12 años, niños y niñas, con rasgos indígenas y por tanto provenientes de las poblaciones más vulnerables.
El hallazgo
“Fui parte de la comunidad en la que vivía el padre Luis Roma”, afirma el exjesuita. Pide dejar en reserva fechas y lugares.
“En ese tiempo, en la comunidad había una sola computadora. En ese entonces éramos varios miembros y todos la usábamos por horarios. Cuando llegó mi turno, agarré una memoria USB y fui a revisar mi correo. Apenas me senté frente a la máquina, salió una notificación que decía que había un CD en el display. Cerré todo, pero después pensé ver de quién era, para devolverlo. Pero en el CD no vi simples archivos”, relata.
En la pantalla saltaron imágenes de pequeños cuerpos desnudos. Algunos mojados, como salidos de una ducha y otros sentados en un mueble que de inmediato reconoció. “Alguna vez estuve en Charagua, conocía ese lugar”, dice.
Aún incrédulo, logró reconocer en varias de las fotos el rostro de Luis Roma y de más de 20 niñas y niños distintos, que eran tocados en las partes más íntimas de su cuerpo.
“Fue muy difícil ver así a alguien a quien admiras mucho”.
Cuando cayó en cuenta a quien pertenecía el CD, el exjesuita se apresuró a copiar un puñado de imágenes en su memoria USB para guardar las pruebas aún sin saber bien qué hacer con ellas.
“El cuarto del padre Roma estaba a dos metros de la sala de la computadora. Me di cuenta que si era de él y lo había olvidado, iba a volver pronto. Lo único que atiné fue a resguardar en un USB parte de las fotografías”.
Un compilado de horror
Desde una de las fotos, Roma mira hacia arriba señalando con una mano al cielo, mientras con la otra sostiene a una niña por debajo de la falda. En otra sonríe, mientras recorre con los dedos el cuerpo a medio desvestir de otro pequeño.
Difíciles de ver, muestran parte de la desviación sexual del religioso. Sin recato, besa a los pequeños, mientras los sostiene con fuerza por la quijada. En más de una foto los niños y niñas se limitan a taparse los ojitos con el antebrazo o morderse las manitos, muestra de su indefensión.
Ninguna de las imágenes es la original, sino que son capturas tomadas de fotografías físicas y de la pantalla de un televisor en el que se ponía a correr una grabación. Es decir que el CD solo era una digitalización de un archivo físico aún más grande, cuyo paradero se desconoce.
“Eran eso, fotos tomadas a fotografías físicas por una cámara digital. Otras eran fotos tomadas a un video, es decir que tiene que haber esas filmaciones, pero seguramente ya no las podremos encontrar”, afirma la fuente.
En la parte inferior izquierda, de una de las fotografías tomadas a un video se distingue una fecha: 17 de agosto de 2002. Una data muy anterior a la del hallazgo del archivo.
Si esa fuera la fecha de los abusos, se podría hablar de víctimas que hoy bordean los 30 años de edad. La fecha coincide con el tiempo en que Roma estuvo en la parroquia de Charagua.
¿Quiénes más actuaron?
Las imágenes son parte del testimonio cruel que el padre Roma recolectó para registrar sus crímenes. Pero quienes lo conocieron aseguran que no pudo realizarlo solo, porque no era hábil con la tecnología.
Le costaba encender una computadora y más aún revisar su correo electrónico. Alguna vez, ya a avanzada edad, se aficionó por adquirir estas habilidades.
Por estas características, el exjesuita presume que hubo alguien que lo ayudó a convertir el material físico en digital y concentrar todo en un CD; alguien de confianza, una especie de asistente o persona predilecta. “No creo que haya sido jesuita”.
Tampoco cree que sea posible que otro jesuita haya ayudado a captar a los niños o a tomar las imágenes originales. Y es que la cantidad de jesuitas que quedaban en Charagua era mínima, entre tres o cuatro.
Todos estaban repartidos en diferentes tareas. Mientras los otros se dedicaban a salir a las comunidades, Roma siempre se quedaba en el pueblo, solo.
“Ellos sabían, yo se los dije”
Con más de 80 años, Roma falleció en Cochabamba en agosto de 2019, luego de permanecer meses en una residencia jesuita. Llegó a esta casa por su avanzada edad y no por las denuncias.
Y es que si fue en enero de 2019 que el caso se hizo público, el exjesuita que halló el archivo fotográfico hizo conocer la situación a sus superiores en anteriores ocasiones. Tanto cuando Roma fue designado como consejero espiritual en un colegio, como en las cuentas de conciencias anuales, que son parecidas a una confesión.
“Yo se los dije… en su momento le dije al provincial todo lo que sabía, pero no pasó nada”.
El exjesuita guardó este archivo fotográfico por años, hasta 2019, cuando el caso se hizo público en los medios de comunicación. Asegura que no lo usó en ningún momento para sacar réditos personales o para dañar o extorsionar a la Iglesia.
Simplemente lo guardó hasta que tuvo la oportunidad de revelarlo y descargar el peso ajeno que llevó por años. Revelar el material fue su último intento de cambiar las cosas.
Los jesuitas prometieron investigar el caso, pero los resultados llegaron tres años después de la muerte de Roma, cuando ya no podía pagar en la tierra aquello que hizo en nombre del cielo.
Los resultados fueron publicados en septiembre de 2022, en un comunicado de apenas tres párrafos, en el que se acepta la “verosimilitud” de la denuncia. El nombre de Luis Roma apenas se adivina en cuatro iniciales. No se precisa el lugar de los hechos, si hubo encubrimiento, si hay otros responsables, el número de víctimas o si éstas fueron contactadas, escuchadas y atendidas.
“Como religiosos asumimos que, en su momento, las medidas de prevención para evitar este hecho no fueron las apropiadas, por lo que pedimos perdón”, señala dicho documento.
El caso no fue remitido al Ministerio Público hasta días pasados, cuando creció la presión por los nuevos casos.
Un pacto, todos son uno
Es difícil entender el porqué si varias personas sabían lo que hacía el padre Roma, nadie lo denunció. Entre quienes están dentro la orden y los que salieron afirman algo común: cuando estás dentro parece natural que todo el grupo sea uno y que los trapitos sucios se laven a puertas cerradas.
Sin embargo, el secretismo raya en el encubrimiento de los religiosos agresores y alimenta una falta de transparencia que solo agrava el daño causado a las víctimas por sacerdotes como Roma, Pedrajas o tantos otros que aún permanecen en la oscuridad y la impunidad.
Fuente: Página Siete