Una lucha interplanetaria

Andrés Huanca Rodrigues

El 11 del noviembre del 2020, poco después de aterrizar en el aeropuerto de Chimoré para el simbólico recibimiento de su gente, Evo Morales profería un discurso que en lineas generales tendía un puente entre el pasado, el golpe de Estado 2019, con el futuro. De las varias lineas que lanzaba el presidente de las Seis Federaciones del Trópico, entre las más célebres estuvo “Esta lucha no solamente es interna, es una lucha internacional, una lucha interplanetaria, es una gran responsabilidad que tenemos, si tenemos compromiso con la vida, con la humanidad”.

Arrancándome de una atención dispersa debido al letargo ocasionado por los más de 30°C tropicales de Chimoré, la frase llamó mi atención y pensé: “ah caray, que acertado”. Por supuesto, los grandes medios privados la retomaron para, desde su tan singular capacidad de torcer sutilmente las cosas, generar mofa desde una supuesta imparcialidad. Las redes, crudas como son, fueron directas en ridiculizar el mensaje.

Lamentable para el público en general, no hubo, y si lo hubo no tuvo relevancia, algún periodista o medio de comunicación que tome en serio al líder del trópico para preguntarle a qué se refería. Más allá de las simpatías o antipatías, el hombre se dirigía a cerca de un millón de personas que escuchaban atentos, la gran mayoría campesinos sindicalizados, para hablar de lucha interplanetaria. Un acto político, pues.

No sé con seguridad a qué exactamente se refería Evo y ojalá algún momento se detenga a aclararlo. Mientras, para mi es claro que la mención al tema, a contracorriente del sentido común de las masas elitarias urbanas, es de lo más pertinente para justamente situar la reflexión de la izquierda en el contexto global y contemporáneo de las enormes y estrepitosas transformaciones a las cuales el capitalismo nos está empujando.

Me explico.

En su último libro ¿La rebeldía se volvió de derecha? Pablo Stefanoni presta atención a la fauna y flora de las derechas contemporáneas. Entre las especies más pintorescas están los llamados neorreaccionarios, que cuentan con pensadores como Mencius Moldbug, que contó con el financiamiento de magnates como Peter Thiel, cofundador de la empresa a escala mundial de pagos en linea PayPal, junto a Elon Musk, el hombre más rico en la actualidad. Antigualitarios y “decepcionados de la política” y la democracia, los neorreaccionarios en pocas líneas sería aquella derecha que terminó por divorciar “libertad” de “democracia”, comprendiendo ambos conceptos como incompatibles. Para estos los Estados, países y democracia deberían desaparecer para dar pasos a empresas-países, compañías competidoras marcadas por el progreso tecnológico y en las cuales trabajaríamos los habitantes. Estas empresas-países no estarían dirigidas a representar a la gente, sino a “gobernar bien”. La clara anulación de la democracia hacia una neoaristocracia tecnocrática, pero ¿y la libertad que añoran? Para el simple ciudadano (?), pues, la “libertad” no estaría relacionada a sus derechos políticos, sino a la decisión personal de irse o permanecer en una de estas empresa-países que coparían el planeta, decidiendo entre la más o menos “competente” en el mercado de países. No habría política, sino solo reglas que seguir. ¿La igualdad? La respuesta neorreaccionaria es tajante: todos los signos señalan que no somos iguales. El retrato de esta utopía capitalista abiertamente dictatorial, sería la de un “feudalismo corporativo”, reinos o feudos gobernados por un “rey empresario”.

Pero mientras el mundo sigue atrapado por la influencia de la modernidad del Siglo XX y los Estado Nación ¿dónde construir o empezar a construir estas “utopías” capitalistas? Peter Thiel de PayPal, por ejemplo, invierte en proyectos para encontrar “espacios de libertad” para ensayarlos. Uno, el ciber-espacio, otro ciudades-plataformas en medio del mar y, en tercer lugar, por supuesto, el espacio exterior.

Esto que parece sacado de una de las películas distópicas de las que ahora abundan en el cine gringo, tiene más relación con el presente de lo que los “sesudos” y “criteriosos” críticos de Morales creen.

Si bien es cierto, como apunta Stefanoni, que estas elucubraciones neorreaccionarias son más un síntoma del pensamiento actual, que de corrientes centrales, la cantidad de recursos y personajes vinculados a estas ideas dan suficiente material para prestar atención.

Esta semana, el domingo 31 de octubre del 2021, despegará el Crew-3, tercera misión espacial de la empresa SpaceX, perteneciente a Elon Musk. Quien siendo el hombre más rico del mundo y con una velocidad de desarrollo tecnológico espacial sin precedente, ha planteado abiertamente colonizar Marte para el 2040. Quien, por otro lado, afirmó que «daría un golpe a quien quiera» cuando se lo señaló como un responsable de financiar el golpe de Estado en Bolivia del 2019 por el interés de su empresa Tesla en el litio boliviano.

Por su parte y en competencia, Richard Branson y Jeff Bezos, también en el top tres de hombres más ricos del planeta y el segundo relacionado a las nuevas tecnologías digitales con Amazon, cuentan con sus propias empresas que proyectan colonizar el espacio. A propósito y muy significativo de los tiempos que corren: cuando Jeff Bezos aterrizó de su primer viaje al espacio con su empresa Blue Origin, afirmó “Gracias a todos los trabajadores y clientes de Amazon: ¡Ustedes pagaron esto!”. El mayúsculo cinismo del multimillonario solo fue comparable con la absoluta ignorancia con la cual los mismos trabajadores y consumidores facilitamos este futuro sin darnos cuenta.

Si en el Siglo XX la carrera espacial corría paralelamente a la competencia de diferentes proyectos de Economía/Estado-nación y de tipos de democracia, ya sea el centralismo-democrático de la Unión Soviética o la democracia representativa liberal de Estados Unidos, hoy asistimos a que esas imágenes se están convirtiendo en casi arqueológicas. Con todo y sus simulaciones, los Estados-nación del siglo pasado aparentaban o apuntaban a mínimamente tener una ligazón con la representatividad popular; habían margenes mayores o menores, pero márgenes en fin de control social, de mecanismos de apelación popular reconocidos. Hoy asistimos a que serán directamente las mega empresas, con sus multimillonarios, quienes apuntalen el próximo salto al espacio. Y estas empresas como Amazon, Tesla, Facebook y otras, que reúnen a cientos de miles de trabajadores/habitantes y riquezas que multiplican a la de varios países como Bolivia, son precisamente “feudos corporativos”; no los rige las reglas “democráticas” o de participación social de cualquier tipo, sino la ley férrea de la propiedad privada: nadie los elige o tienen capacidad de interpelación, son los propietarios los que deciden qué hacer y deshacer con su empresa. Y es justamente este modelo de sociabilidad y sociedad, y no otros, el que nuestra especie está exportando al cosmos.

Las preguntas quedan en el aire y las respuestas en silencio sideral; cómo legislar y fiscalizar a quienes se alejan muy rápidamente, en distancia y tecnología, y que pronto escaparán a las posibilidades de la mayoría de naciones; qué pasará con los países “terráqueos” si se encuentran nuevos recursos naturales en otros planetas y por ende nuevas tecnologías dependientes de estos ¿cuál será el margen de dependencia tecnológica y desigualdad, ya no basado solamente en desarrollos diferentes, sino a escala interplanetaria? ¿Qué harán los trabajadores del mundo que hoy llevan a Bezos al espacio? ¿Es esta la apuesta de ciertas élites frente a la dramática crisis climática que experimentamos?

Mientras, nuestra izquierda retiene la arena con los dedos para evitar que las olas se la lleve, sostiene el Estado-nación con sus aspectos progresistas para retener los escasos logros adquiridos en el Siglo XX para la clase trabajadora en términos de igualdad social y derechos; pero también es arrastrada por quienes dirigen el mundo hacia un futuro en clave hipercapitalista. Así que sí, estoy de acuerdo, pensar estos temas, atrevernos también a plantear los nuevos futuros desde la izquierda “es una gran responsabilidad que tenemos, si tenemos compromiso con la vida, con la humanidad”.

El autor es antropólogo.

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