Amalia Canedo
Ya pasaron las promesas, los salud, ya pasó un año más, uno de tantos que lo antecedente que hacen que siempre quedemos con ese tufo a nada y bueno con los primeros días del año siempre los pasillos silenciosos y con el soplo del viento frío que nos anuncia que nada nuevo o casi nada ocurrirá en esta nueva gestión, cambios de autoridades, reconfirmación de otras, reajuste de muchas oficinas públicas municipales y gubernamentales, absolutamente nada nuevo por acá.
Entonces como van las cosas en casa, realmente como nos va, venimos con la resaca de siempre pero un poco más viejos, vemos promesas que no se llevan a cabo y otras que se vuelan en el aire del olvido, no sabemos si por amnesia o por equívoco adrede pero así es la situación de la cultura y las artes a lo largo de la vida de este país, siendo republicanos o siendo plurinacionales con este última forma de organización hemos logrado instaurar mínimamente la discusión de la necesidad de la cultura en la vida colectiva pero desde la subjetividad de nuestros gobernantes y por supuesto desde nuestra falta de unidad y organicidad. Somos lo que somos por todo lo que hacemos o dejamos de hacer, en la retorica constante en nuestro país está que la cultura no sirve absolutamente para nada más que distraer a la gente y no tiene porque el Estado hacerse cargo de ella. Bueno eso es pues porque siempre nos permitimos el trato clientelar con el Estado- Gobierno, dejamos que se nos vea como facilitadores de espectáculos que solo sirven para hacer un circo mediático y no un trabajo profundo y honesto desde la generación de diálogo, transformación social, construcción de nuestra identidad nacional, nos dejamos vender el ideal de que tenemos trabajo porque hacemos trabajo para entretener pero y dónde queda esto que siempre hablamos, dónde queda la lucha por la transformación social .
Y es que en Bolivia nuestro máximo logro es construir edificios para ser parte de los records guiness que albergan a miles de personas sin ninguna idea de tecnología acústica para que tenga la función mínima necesaria para presentaciones masivas de arte o destruir museos y construir salones de convenciones, sin considerar que la forma responsable y respetuosa de preservar nuestra cultura y proteger a nuestros artistas es escuchar sus necesidades y actuar conforme a dar condiciones dignas para el desarrollo de sus proyectos. O escuchar a cada gestor cultural, cultor o diferentes técnicos que laboran en el mundo de la cultura que enriquece y engrandece nuestra identidad nacional y por supuesto local.
Construimos un país que no da la posibilidad a crear, a soñar, que cada vez que alguien comete la locura de proponer algo creativo, le tiramos la puerta en la cara. Este 2022 huele a que será aun peor que el pasado, entre la emergencia sanitaria, la falta de unidad entre los trabajadores culturales, la falta de visión de las autoridades y la ya reducida capacidad de propuesta de las direcciones culturales, nos queda seguir remando sobre un río ya seco hace tantos años…
La autora es gestora cultural (de alasitas).