Alem Quisbert Pacheco
El desasosiego que generó los resultados de las elecciones nacionales del 20 de octubre de 2019, con sus dos interpretaciones (o dos miradas sobre la misma historia), por un lado, lo que se ha denominado como un golpe de estado y por el otro la consigna de un fraude electoral, ambas con interpretaciones propias que defendían intereses sectoriales, logrando así una nueva pulseta de poderes que se fue desarrollando en las calles, cuyo final concluyo en las mismas calles, consolidando así un nuevo gobierno en estado de transición.
Como resultado de ello, emergieron enfrentamientos localizados que partió de rencillas domesticas al interior de la familia y termino con la extrapolación de imágenes racistas, xenófobas, regionalistas entre pares y diferentes. Todo ello logró visibilizar los conflictos no resueltos a lo largo de la historia, constituyendo pugnas de poder entre los intereses de la sociedad civil frente al estado y viceversa.
Donde la identidad y la pertenencia cultural jugaron un nuevo rol histórico emergiendo una vez más el pachakuti como medio de encuentro para y hacia a emergencia de una nueva configuración político, social y cultural. Empero el accionar de ambos polos (sociedad civil – estado), mostró un antagonismo intransigente negándose (una del otro), a reconocerse como miembros de una totalidad, en este caso de una totalidad llamada Bolivia, desembocando en la misma solución lineal, que no ha logrado resultados estructurales y se ha limitado al ejercicio del voto con la ejecución de nuevas contiendas electorales.
La democracia como un sistema de gobierno impuesto.
La actual democracia reproduce una forma unilineal de la participación social, siendo una imposición lineal, propias del sistema de mercado capitalista, despojando de la participación política (de sus realidades), a los individuos y colectivos no reconocidos por el sistema de poder. Por otro lado, la aun no explorada, democracia plural, es negada en tanto a su aplicación, por ser altamente efectiva contra los monopolios de poder.
Abriendo así al entendimiento de una nueva realidad que converja los intereses de las tres macro regiones y los pueblos que vivimos en su interior, la pluralidad como el escenario de nuevos diálogos para la construcción del taypi, como mecanismo para repeler el ch´iqartaana y ver sus transformaciones como parte de una realidad cambiante, donde las culturas urbanas y rurales sobrepongan sus intereses colectivos sobre el interés individuales.
Estas cuestionantes impulsan a interpelar los intereses democráticos de un puñado de individuos (electos cada 5 años), que descargan sus energías en la confrontación de la masa electoral, dejando de lado la capacidad de administrar un estado y su gobierno, por ende, generan una incapacidad de reconfigurar la composición política social en tanto a salud, economía, educación, entre otras tantas de necesidad inmediata.
Este monopolio de poder a consecuencia del voto electoral, el ciudadano de a pie pierde su capacidad de participación y de deliberación, delegándole esta cualidad a su inmediato representado, sea este, diputado, senador, asambleísta, concejal, alcalde, presidente u otros. Fungiendo un papel unilateral de administración y análisis sobre la población nacional. La democracia es en sí misma es una máquina de poder egoísta al no reconocer la multiplicidad de realidades que convergen principalmente en los centros urbanos, que va más allá del interés económico y se convierte en un todo de convergencias interculturales, formando una nueva totalidad empírica a raíz de las capacidades individuales.
Esta forma de ver el mundo desde la unilinealidad genera un poder absoluto, desarrollando en un primer momento, índices de corrupción (debido al monopolio de la administración pública y la difícil forma de cuestionar la forma de aplicación de los derechos legales y culturales), en un segundo momento la deficiencia de regir el poder administrativo (la aplicación de la democracia al no sufrir transformaciones de fondo, se ha convertido en un mecanismo rutinario con varias trabas burocráticas generando dificultades en la resolución de conflictos), inclinando a discursos demagógicos en procesos electorales y durante el proceso de administración política, eludiendo responsabilidades estructurales de la realidad histórica y coyuntural.
Promesas banas como el vivir bien o un socialismo de siglo XXI, cómo podemos hablar de estos dos elementos si seguimos viviendo bajo un régimen de poder parcializado y unilineal.
Esta concatenación de hechos deriva en develar de manera violenta las diferencias étnicas que existen al interior del territorio nacional, entre ellas: racismo, regionalismo, pugnas de realidades entre urbanas y rurales u otras, cuya aplicación de violencia en algunos momentos derivo en la muerte de uno o de varios ciudadanos y hermanos de una misma patria.
Por tanto, nos encontramos en el punto exacto para reconsiderar nuestra realidad, abrirnos a nuevas miradas del todo y poner en negrillas la importancia del diálogo intercultural, político, partidario, inmiscuir sus variantes y consolidar un discurso de unidad sin clasificaciones o representaciones totalitarias.
El autor es antropólogo.