Wiphala

Presidente Arce: “La lucha del pueblo que engrandece a la tricolor es la misma que hoy dignifica a la wiphala”

En el Día de la Bandera Nacional, este 17 de agosto, el presidente Luis Arce Catacora afirmó que la lucha del pueblo boliviano, que engrandece a la tricolor, es la misma que dignifica a la wiphala, por lo que hoy se las ve flamear juntas en los actos cívicos. “Esa larga historia de lucha, valentía, resistencia y sacrificio del pueblo, que engrandece a nuestra tricolor, es la misma que hoy dignifica a nuestra wiphala. Es por eso que con mucha alegría ahora vemos flamear a nuestras dos banderas más juntas y más fuertes que nunca”, dijo el Jefe de Estado durante su homenaje al emblema nacional, en la plaza Murillo de la ciudad de La Paz. Junto al Mandatario estuvieron presentes el vicepresidente David Choquehuanca, los ministros de Estado y el mando militar y policial, quienes observaron la columna de honor en homenaje a la enseña patria. En su discurso, Arce subrayó que se avanza al bicentenario con el gran desafío de reconstruir la patria y también de “fortalecer el civismo, de amar, defender y respetar cada día nuestros símbolos patrios”. “Recordarán cómo hasta no hace muchos años, en agosto, flameaba la tricolor en la mayoría de los casos en el campo y la ciudad, en oriente y occidente, y ese civismo debemos recuperarlo y fortalecerlo para que las nuevas generaciones lleven en alto nuestra tricolor y nuestra wiphala con mucho orgullo, amor”, rememoró.   Ante la multitud, expresó que el emblema nacional sintetiza los más altos ideales de independencia, libertad, soberanía y también la unidad, dignidad y el orgullo de ser bolivianos. “Nuestra tricolor late en el corazón de todos los bolivianos. Jurar a nuestro rojo, amarillo y verde es el más alto honor para un militar; ver esos colores inspira al deportista, a nuestros niños y jóvenes, y se constituye en la mejor bienvenida para las y los compatriotas que salen al exterior y que retornan a nuestra querida patria”, enfatizó. Fuente: Ahora el Pueblo

Presidente Arce: “La lucha del pueblo que engrandece a la tricolor es la misma que hoy dignifica a la wiphala” Leer más »

La bandera del otro

Luciana Jáuregui J. En las últimas semanas se ha desatado un “falso debate” sobre la whipala, que busca validar su legitimidad desde la naturaleza de sus orígenes. Los opositores al MAS tratan de encontrar los rastros de su impureza y contemporaneidad para invalidar el horizonte histórico del Estado Plurinacional. Mientras que sus acérrimos defensores se encaminan, en cambio, a buscar hasta el último vestigio de ancestralidad. Incluso, otras perspectivas que pretenden salir de la dicotomía, se animan a decir que todas las banderas son una camisa de fuerza, como si no se necesitaran símbolos e identidad para luchar. Si algo tienen en común todas estas perspectivas es su intento por fetichizar un símbolo que está vivo y una búsqueda colonial de autenticidad, que elude que los indígenas son sujetos contemporáneos y que sus luchas están vigentes. Al fin y al cabo, todos los símbolos son inventados y están siempre sujetos a reinterpretación en función del contexto social en el que se vuelve sobre ellos. Dice el historiador Pierre Nora, que solo podemos hacerle preguntas al pasado desde nuestro presente y que, por lo tanto, toda reinterpretación histórica tiene efectos prácticos sobre nuestra realidad. Por eso, quizás la pregunta más pertinente no sea cuál es el origen de la whipala, sino cuál es su significado en las disputas políticas actuales. Sabemos ya que ninguna lucha política puede producirse por fuera de las representaciones y que la defensa de los intereses “objetivos” se erige siempre sobre construcciones culturales. De Gramsci aprendimos que la política es fundamentalmente una lucha por el sentido común y de Bourdieu que esta no puede hacerse sin ideas-fuerza, con capacidad de movilización. Por eso, las banderas no son sólo cosas, condensan historias, identidades, luchas. Sin embargo, los símbolos solo encuentran su sentido bajo ciertas condiciones sociales, es decir, se hacen materialmente efectivos cuando se articulan al campo de fuerzas políticas. Históricamente, la lucha por los símbolos ha sido una querella por representar a la nación. En Bolivia existen dos modos fundamentales de interpretación de la “patria”. La primera oligárquica, en tanto preservación de privilegios y la segunda plebeya, en tanto ampliación de derechos. El Estado nación se constituyó precisamente sobre el supuesto de una cultura homogénea blanco-mestiza, que el proyecto del Estado Plurinacional buscó erosionar con éxitos relativos. Quizás el logro fundamental haya sido la ruptura del imaginario de subalternidad asociado a los indígenas, donde las empleadas domésticas pasaron a ser ministras, diputadas, etc., minando así la jerarquía simbólica que ponían en la cúspide a los sectores tradicionales. En ese malestar anida la degradación de la whipala por parte de la oligarquía cruceña, que no sólo busca recuperar el control total del excedente, sino devolverle a la nación su carácter ideológico y cultural blanco mestizo. De ahí el discurso de “racismo a la inversa” que añora el valor de los capitales étnicos y simbólicos de antaño. Ahora bien, las luchas recientes por la resignificación de la whipala se enmarcan en el proceso de incorporación de los símbolos indígenas en el imaginario del Estado Plurinacional. Esto produjo dos fenómenos que deben leerse en simultáneo para comprender el momento actual. Por un lado, toda construcción nacional, incluida la plurinacionalidad, es una práctica de exclusión/inclusión que menoscaba a ciertos sujetos frente a otros. Los pueblos indígenas de tierras bajas son la alteridad persistente en todos los procesos de construcción estatal. Sin embargo, la incorporación del sujeto indígena tampoco supuso la disolución de los cimientos republicanos, como nos quiere hacer creer cierto liberalismo, que piensa que llegar al Estado es tener el poder. El imaginario republicano continúa más vigente que nunca, en forma de biblias, banderas tricolores y comités cívicos, que añoran el mito de la Bolivia mestiza y que no dudan en mellar cualquier dignificación subalterna. Ese es su núcleo cultural. Los usos políticos de la whipala por parte de élite cruceña buscan precisamente funcionalizar las tensiones interétnicas, asimilando su sentido al andinocentrismo. Desde aquí, los pueblos indígenas y campesinos de occidente son esgrimidos como enemigos, porque el proyecto político oligárquico no admite un gobierno ajeno y solo puede asumir a los indígenas en términos de minoría. La estrategia es generar una fijación partidaria, equiparando la whipala al MAS y despojándola de su capacidad de irradiación. Empero, la whipala ha demostrado ser el símbolo de un exceso que atraviesa el MAS, pero no se agota en él. En eso reside su fuerza. Mientras tanto, es claro que los intentos de oponer la tricolor a la whipala buscarán apelar al imaginario republicano que permanece vigente en muchas capas de la sociedad. Al final, los reiterativos intentos de denigrar a la whipala, no son solo la negación de un símbolo, niegan el cuerpo social y el proyecto político que ella encarna. En todo caso, el Estado Plurinacional ha creado ya un horizonte de sentido que parece irrenunciable y allí no existe oposición entre indígenas y nación. Dice Stuart Hall que la lucha ideológica no consiste tanto en destruir una simbología, sino en rearticularla y subvertir su sentido original. Por eso, mientras ellos necesitan reafirmar que tienen banderas y los otros trapos, hay “trapos” que ya se hicieron banderas y ahí reside el éxito de la lucha cultural. La autora es socióloga.

La bandera del otro Leer más »

Comité Pro Santa Cruz asegura que declaraciones de Calvo fueron sacadas de contexto por la prensa

El Comité Pro Santa Cruz se pronunció. Mediante un comunicado, asegura que las declaraciones de su presidente Rómulo Calvo, en el día del “Wiphalazo”, fueron sacadas de contexto por la prensa afín al Gobierno. “Un trapo no hace nada, un trapo no nos representa”, sentenció Calvo ayer antes los medios de comunicación. Asimismo, tildó como “malagradecida” a la gente que emigró a Santa Cruz en busca de mejores oportunidades y les pidió no dejarse “mandar” por el Gobierno al participar en movilizaciones con el «Wiphalazo», «no sean cuervos”. “Ante las infundadas aseveraciones de algunos medios de comunicación bajo el manejo gubernamental del MAS, que han sacado de contexto las declaraciones del presidente del Comité Pro Santa Cruz, ratificamos nuestro respeto hacía todos los símbolos patrios y a nuestra pluriculturalidad boliviana», detalla el comunicado. Este martes se desarrollaron en todo el país concentraciones de reivindicación a la wiphala, que el pasado 24 de septiembre sufrió ultraje durante los actos cívicos por la efemérides de Santa Cruz. El presidente Luis Arce advirtió a la oposición con hacer “respetar en las calles” la democracia del pueblo boliviano. «Santa Cruz es el crisol de la bolivianidad, donde convergen todas las culturas del país en busca de mejores días en esta tierra hospitalaria. Sin embargo, condenamos y rechazamos el intento del Gobierno central y del MAS, que solo buscan generar odio y división mal utilizando la wiphala para su cometido”, indica también la nota.  

Comité Pro Santa Cruz asegura que declaraciones de Calvo fueron sacadas de contexto por la prensa Leer más »

No es la bandera, es la estrategia

Andrés Huanca Rodrigues El debate en torno al agravio a la wiphala durante el aniversario de Santa Cruz ha tomado diferentes rumbos y sendas. Algunos se fueron a los orígenes, al terreno arqueológico y etnohistórico, para defenderla o defenestarla. Otros, discutieron en términos protocolares, a si el presidente en ejercicio podía o no izar el símbolo patrio en una efeméride y si, en caso negativo, eso justificaría silenciar su discurso y arrancar de los arreglos florales la bandera indígena. Tampoco faltó el dilema de la representatividad política de la wiphala que, olvidando que durante el referendo constituyente del 2009 más de un tercio de los cruceños aprobó la wiphala, se interrogó otra vez si incluye al oriente boliviano o es una expresión más del centralismo colla. Por último, el racismo nuevamente fue un lamentable tópico gracias a este y otros hechos de aquel día. Todo, y no en vano, dando una sensación de déjà vu en relación al 2007-2009, en el marco de los conflictos de la Asamblea Constituyente. Sin embargo, más allá del debate sobre la bandera en sí misma, los días van pasando y el sentido político del episodio tan curiosamente familiar se va aclarando. Y es que lejos de la imagen hormonal e irracional que se suele atribuir a Fernando Camacho, no en vano actual gobernador de la “locomotora económica de Bolivia”, fue un hábil líder en lo que se refiere a catalizar la crisis. No hay que olvidar que rescató de las catacumbas al Comité Cívico Pro Santa Cruz que yacía inerme, en relación a su anterior protagonismo político, después de su franca derrota con la desaparición de la Media Luna. A inicios del 2019, mucho antes de las elecciones, ya como presidente del Comité Pro Santa Cruz comenzó a azuzar la movilización, incluso sin el apoyo inicial de los empresarios cruceños que observaban dubitativos si darían la estocada a la espalda del gobierno. Pero con un crecimiento exponencial, abanderando la ira por el incendio de la Chiquitanía, revivió en un acto propio de las iglesias pentecostales a su Comité con el cabildo cruceño del 4 de octubre del 2019, en el cual se determinó abrogar el D.S. 3973 y desobediencia civil en caso de darse un “fraude”. Elipsis, poco más de un mes después, entraba a la sede de gobierno, no solo expulsando a Evo Morales, sino incluso a Carlos Mesa como líder de la derecha. Camacho, que el 24 de septiembre lideraba ese atrevido movimiento que llegó a los latigazos en contra de un miembro de CONAMAQ, vestía poncho y se abrazaba con un supuesto dirigente de la CSUTCB el 2019. No es un acto de demencia, sino de adaptación a los cambios en los tiempos políticos; lo importante no es la bandera, sino la estrategia. Durante el 2019, en un franco proceso de reflujo del gobierno del MAS, Camacho y el Comité Cívico Pro Santa Cruz avanzaron de la capital cruceña a La Paz para la toma de la sede de gobierno. Nada más ilustrativo que la expresión de Camacho en aquel vídeo filtrado en la que habla sobre cómo su padre cerró con lo militares: fue allí que se pactó la llegada de Santa Cruz a La Paz. En un proceso de avanzada, la proyección de la élite cruceña era nacional y no es en vano que el gobierno de Áñez, con todas y sus mal funciones, benefició mecánicamente a los capitales de la burguesía cruceña. Sin embargo, para el 2021 el contexto se asemeja mucho más a la coyuntura 2006-2009. Recordando aquel primer intento de golpe de Estado, por varios de los mismos actores del 2019, los sectores de la derecha se atrincheraron en sus “autonomías”, traducidas en entidades territoriales que disputaron la gobernabilidad al gobierno central, acercándonos a un momento de “poder dual”. Cómo olvidar a Rubén Costas buscando fundar una policía que solo responda a su gobierno y, por su puesto, los agravios de la wiphala que acompañaban. Todo bajo la misma tónica de collas en contra de cambas. Es precisamente en ese sentido que también debe leerse el agravio a la wiphala en estos días, no como un problema étnico o cultural entre regiones, sino en relación a las otras señales políticas que lanza el gobernador de Santa Cruz. Mientras se quiere presentar que vivimos una crisis por la bandera del patujú, se persigue aprobar una Ley Departamental que dispone difinir fiscales en el departamento; se procura que sea el gobierno departamental quien otorgue -y quite- las tierras en base una supuesta legitimidad que le arrojaría la reciente Marcha Indígena. Lo que subyace a una burda narrativa de choque étnico, es una nueva intentona de desestabilización asentada en la disputa de quién gobierna. El tema no es un problema de tierras, sino de territorio. Poder discernir esto con cada vez mayor claridad es vital para no repetir errores. El autor es antropólogo.

No es la bandera, es la estrategia Leer más »

Camacho y la política de silenciamiento

Luciana Jáuregui J. Dice Rancière que en todo orden democrático hay una disposición simbólica de los cuerpos, entre quienes cuentan y tienen el privilegio de la palabra y quienes son expulsados como seres no parlantes hacia los márgenes. El “derecho a la palabra” instituye así “un orden de lo sensible que organiza la dominación”, entre quienes se atribuyen el derecho a hablar, sin el pueblo, pero a nombre del pueblo y quienes son marginados de cualquier intercambio lingüístico porque son seres sin nombre, sin logos: la animalidad. La política es entonces la querella por erigir un escenario común y por definir quiénes constituyen “las partes” que cuentan en la comunidad política. Sabemos ya que la historia de los “parlantes” en nuestro país es la historia de las élites, en clave oligárquica, blanca y masculina, mientras que lo plebeyo, lo indígena y lo femenino es el lugar de lo enmudecido. De ahí el peligro de esos excepcionales momentos en que estos “otros” osan en tomar la palabra para plantear la querella por la igualdad, porque son restituidos con violencia a su posición de subalternidad. Así, cuando Camacho decidió, con la torpeza de siempre, silenciar al presidente en ejercicio David Choquehuanca en la conmemoración de los 211 años de la gesta libertaria de Santa Cruz hizo cuerpo de esta política de silenciamiento tan lúcidamente trabajada por Ranciére. La racionalidad del “otro” siempre debe ser negada, estigmatizada y enmarcada como amenaza para que pueda reproducirse la dominación. Choquehuanca entonces deja de ser presidente para ser “personero” y deja ser el conciliador para ser enemigo de Santa Cruz. Porque es justo ahí, cuando los “sin parte” se asumen parlantes, que el poder responde estableciendo los límites de lo visible y de lo decible. Entonces hay que quitarle el micrófono, clausurar la sesión, quitar la whipala, no vaya a ser que impugne el mito de defensa de la democracia. Eso sí, hay que afirmar superioridad masculina, decir que somos valientes y que hablamos en “la cara”, aunque al final le temamos al “desorden” de su voz. Mañana se puede seguir haciendo ventriloquía por los pueblos indígenas de tierras bajas, porque, como diría Žižek, es fácil amar la figura idealizada de un prójimo pobre, distante e indefenso, el problema es cuando comenzamos a sentir su proximidad. Por eso, a quienes tienen la osadía de ser autoridad, es mejor desterrarlos a la noche del silencio. Al fin y al cabo, acallar siempre es el modo de garantizar el monopolio de la palabra y de devolver a los indios a “su lugar”. Este es sólo uno de los múltiples episodios de silenciamiento por parte del poder. Como aquella vez que el rey Juan Carlos le dijo a Hugo Chávez: ¿Por qué no te callas? O cuando una asambleísta de PODEMOS le pidió a Isabel Domínguez en la Asamblea Constituyente que: «Si quiere hablar, aprenda a hablar en castellano”. O como cuando las cholas se rebelan y las llaman “boconas”; o cuando las mujeres hablan y les dicen locas. Incluso, cuando a los niños se les exige que “hablen como hombres”. Es que al final es cierto que las palabras son un hecho profundamente material, con fuertes implicancias en la (re)producción de las estructuras de desigualdad. Felizmente, hay también otros momentos en que dislocarse – salirse del lugar socialmente asignado- abre, trastoca y transforma el orden del discurso. Y, entonces, los “Camachos” vociferan solo desde sus confines. Felipe Quispe le dice a Banzer: “Vamos a hablar de jefe a jefe”. O, aparece Domitila Barrios de Chungara irrumpiendo en las plenarias del feminismo blanco y liberal o en los cercos a las minas de Siglo XX, diciendo: “Si me permiten hablar…» La autora es socióloga.

Camacho y la política de silenciamiento Leer más »