R. Martha Arébalo Bustamante
En la ciudad de La Paz, la segunda semana de diciembre, se desarrolló un encuentro de la Plataforma Nacional de Corresponsabilidad Social y Pública del Cuidado, para elaborar lineamientos de política y estrategias de incidencia relacionados con los trabajos de cuidado. Dada su presencia en el debate público, veamos, ¿a qué se llama trabajos de cuidado y por qué son importantes para las sociedades?
Aún cuando actualmente la situación de las mujeres ha cambiado mucho, todavía la maternidad, el cuidado de los hijos, el esposo y el entorno de vida, son actividades entendidas de responsabilidad de las mujeres. Pese a ser un conjunto de labores arduas, cansadoras e inacabables, no son reconocidas como trabajo por las sociedades y particularmente por la ciencia económica.
Esta ciencia, habiendo sido pensada y desarrollada por los hombres, bajo visiones altamente patriarcales, pretende mantener el dominio masculino sobre las sociedades, considera “no trabajo” y llama “improductivas” a personas, preponderantemente mujeres, que siendo parte o no del proceso de producción de bienes, trabajan en el cuidado de sí mismas, de los otros y de la madre tierra.
Como todo ser humano, las mujeres estamos obligadas a cuidarnos y tenemos necesidades de ocio, recreación y tiempo de reflexión introspectiva. Pero, con diferencias de intensidad que dependen de los diversos grupos sociales a los que pertenecemos, hacemos esto supeditadas al tiempo que nos queda después de cuidar a los otros, las otras y al entorno.
¿A qué se debe ese abandono de nosotras mismas? Pues precisamente a que la sociedad nos ha asignado ese rol desde hace milenios, y a que para nosotras este trabajo es símbolo de nuestro amor por la familia, parte histórica de la interpretación del “ser mujer”. Así, cuidamos al esposo, a los hijos y las hijas (niños, adolescentes y jóvenes), a personas de la tercera edad que necesitan atenciones y a enfermos/as de la familia. Cuidamos también a nuestro entorno natural y transformado inmediato, a las plantas, los animales domésticos, la casa, las calles, botamos la basura, aseguramos la provisión de alimentos, agua, vestido, medicinas y otros necesarios para la reposición de la vida familiar y de los componentes de la madre tierra.
Surge entonces una nueva pregunta, ¿por qué este complejo conjunto de trabajos es considerado “no trabajo”? Prácticamente porque vivimos dentro de formas históricas de explotación de la mitad de los seres humanos, que garantiza la reproducción de modelos sociales que basan su subsistencia en la existencia de actividades no remuneradas, en tanto no tienen como resultado mercaderías que puedan venderse.
Si de responsabilidades y roles se trata, interesa entonces determinar ¿de quién es esa obligación? Todos los seres humanos tenemos como cometido cuidarnos a nosotros mismos, a nuestros hijos e hijas, a nuestros padres si así lo necesiten y al entorno en que vivimos. Debemos buscar garantizar nuestra vida y la vida de los elementos de la madre tierra, para asegurar nuestra sobrevivencia como especie.
Esta no es una responsabilidad exclusiva de las mujeres, es un asunto de corresponsabilidad familiar y social, por tanto, de todas las formas de organización social existentes. Familiar en tanto los hombres, los y las niñas, adolescentes y jóvenes deben dejar de pensar en “ayudar” a las madres y, más bien, tienen que entender el asunto como “hacer su parte” para garantizar la vida en equidad dentro la familia. Social, en la medida en que, por una parte, las instituciones del estado, tienen que asumir estos trabajos como parte de la agenda pública necesaria de responder con políticas sociales de carácter integral; y, por otra, las distintas organizaciones sociales deben internalizar que el cumplimiento de estas tareas, es una responsabilidad de carácter colectivo.
Desde la perspectiva de la planificación territorial, la pregunta clave se relaciona con qué tipo de ciudades o asentamientos humanos debemos construir para apoyar la corresponsabilidad social sobre los trabajos de cuidado. Se trata pues de territorios cuidadores que dispongan de espacios físicos, equipamientos, servicios de diverso tipo que liberen a las mujeres de parte de los trabajos de cuidado (servicios de atención a personas dependientes de diversas edades, de elaboración de alimentos, de lavado y planchado, de consecución de agua, entre otros); para hacer que ellas, nosotras, podamos aminorar nuestra pobreza de tiempo y disponer algunas horas con centro en nuestro crecimiento individual ligado a una modificación de las relaciones de poder.
Dentro de una urgente confluencia de medidas transformadoras, no se trata de políticas que garanticen territorios que acojan servicios propios del estado benefactor, se trata más bien, de cambios en la comprensión misma de la vida ligada al territorio a partir de un único proceso de producción – reproducción, que reconozca la doble dimensión material e inmaterial de vidas que valgan la pena vivir.
La autora es urbanista feminista, miembro de la Comunidad de Estudios Pacha.