Carlos Bleichner Delgado

Este enero, esta ola, en Bolivia; está demandando parar. Cuesta parar. Duele resignar proyectos que vinculamos a sueños. ¿Posponerlos? Ni sé si estamos posponiendo o cancelando.
Desde el paradigma actoral que vengo compartiendo en estas columnas, y con el que decido transitar el mundo, es sorprendente darse cuenta en carne propia y observando otros cuerpos actuar, que: la arritmia es vida. Cuando una actriz/actor dice su texto con una cadencia inmutable; es CASI un significante de que no está hablando, no está viviendo lo que dice, está tirando las palabras (a veces como si fuera sólo un ejercicio de memoria). En cambio, cuando una actriz/actor se detiene en medio de una palabra, de una oración, se pierde, le urgen respuestas, lo que dice no le alcanza, se acelera, y se deja sorprender por velocidades variables de habla y de escucha; asistimos a un acontecimiento, la realidad de la obra se ensancha, experimentamos la situación que la obra esté desarrollando. Vivimos.
Es muy difícil dejarse llevar por las arritmias de lo vivo. Sucede poco; sigamos entrenando. Pero OJO, dije CASI a todo esto; porque puede ser que alguien que crea mucho en esto, se dedique a la reproducción formal de velocidades aleatorias. En ese caso asistiríamos a una actuación que busca causar la impresión que lo vivo ocasiona; pero desarrollando un PARECER y no un SER o mejor aún, un ESTAR. La diferencia es radical. Una actuación que busca parecer, busca manipular al otre; una actuación que busca estar, busca modificarse. La diferencia es política.
Por ahí va la cuestión misteriosa: estar. No se trataría de romper ritmos como cuestión de formas. No porque de repente hable más rápido estaré más presente. Se trataría de activar un modo de estar, que a través de la percepción se integre de una manera comprensiva con los tiempos, ritmos y velocidades que el aquí y ahora detona. Abrirnos al vértigo.
Es un reto. A veces parece imposible este nivel de encuentro, ¿cómo lo activo?
Cuando juegas tenis, viene la bola, no te desesperas ni te lerdeas y le das en el momento justo, en el lugar justo: eso es. Cuando sacas abrigo para tu hije cuando hace sol; pero de repente se larga la lluvia y se pone frío: esa percepción es. A veces parece azar; pero es más seductor pensar que en realidad es percepción. Necesitamos seducirnos. Lo erótico mueve montañas, surfea las mejores olas. Cuando hueles los pensamientos de alguien: eureka, ni pensaste en el ritmo, ya estás actuando y te juro que esa velocidad no es estable.
Cuando pienso como mi abuelo digo: “los chicos de hoy viven todo más rápido no pueden parar la tecnología les ha atrofiado el cerebro”. ¡Y en parte es cierto! Pero no son les chiques de hoy nada más; somos nosotres también.
Mi hijo, cuando pone la leche al microondas, mientras calienta, se pone a correr alrededor del departamento, tiene un circuito. Me emputaba que haga eso. ¡Cómo no puede esperar! Un día lo encaré, hablamos de Toph, de “Avatar, la leyenda de Aang”:
- ¿Qué le enseña la Toph al Aang?
- A escuchar y esperar.
- ¿Y por qué tienes locoto en el poto y no puedes esperar a que el microondas caliente tu leche y te pones a dar vueltas por la casa?
- Estoy jugando papá. Me gusta calentar mi leche porque quiero ver si puedo llegar más lejos en el mismo tiempo.
Eso es. Soy un boludo, obvio. ¿Qué quería, que se quede mirando el microondas? Necesitamos jugar con el tiempo. ¿Cómo puedes jugar si no estás?
Es una cuestión de respeto y de avasallamiento. Si la ola de enero me dice que no puedo volver a presentar nuestra obra porque hay muchos contagios; necesito respetarla. Me preocupa que el elenco se disuelva, que la data que fueron adquiriendo los cuerpos se pierda, que la apertura que fuimos construyendo a paso de una hormiga bien lentita, laboriosa y escurridiza se cierre o se acomode en lugares cómodos y conocidos.
Tengo miedo a que dejemos de sentir, que se cierre nuestra piel por miedo a contagiarnos, que perdamos el olfato por obturarlo con barbijos, que nos tengamos más miedo del que nos tenemos (miedo a la otredad) porque la distancia social nos lo autoriza.
Hace años, cuando unes compañeres actuaban en la universidad en Bs. As., un compañero estaba muy incómodo en el piso. La maestra, Silvina Sabater, le dijo que se acomodara. Después de algunos intentos fatigosos, él le respondió que no podía; no sabía cómo. No encontraba el piso. A lo cual la maestra le dijo que simplemente escuche su cuerpo.
No existe un manual que indique paso a paso cómo apoyarse; especialmente en una situación desconocida. No siempre los mejores apoyos del cuerpo son los pies y necesitamos escuchar nuestros cuerpos para apoyarnos en zonas que a veces ni sabemos nombrar.
Nuestros cuerpos se acomodan solos, como gatos. Si insisto mucho, exactamente por ahí no es. Nuestros cuerpos, en sus naturalezas, son más sabios que nosotres. Comprenden que el tiempo es la materia prima de todo y, por ende, saben degustarlo. Necesitan relajarse para apoyarse; encontrar el piso. Arraigarse. Estar presentes.
Cuesta un huevo a veces. Soltar. Aflojar. Dejar girar el timón. Pero las incertidumbres, los contratiempos; no dependen de nosotres. Lo más hábil que podemos hacer es jugar distendides con lo que hay en el entorno.
Dejarnos sorprender por el mar y sus tiempos insólitos es germen de creación.
El autor es actor.