Feminismo

Miley Cyrus, Dolly Parton y el empoderamiento

Carmen Núñez Este inicio de año la televisora estadounidense NBC seleccionó como protagonista de su reciente concierto especial por año nuevo a la cantante Miley Cyrus. Quien, acompañada de otros artistas, protagonizo momentos épicos para la cultura pop. Algunos de los momentos más icónicos fueron al lado de la ya consagrada cantante de música country Dolly Parton, que a sus 76 años se plantó al lado de Miley para cantar temas clásicos. No tardaron en haber miles de fans y notas periodísticas que alabaron ambas actuaciones, las canciones elegidas, los invitados de la noche y por supuesto los looks de las artistas. Hoy en día ya pocos se atreverían a criticar que una mujer de la edad de Parton (o de cualquier otra edad) vista o actúe “provocativamente”. Durante la velada ambas llevaron una serie de atuendos llenos de lujo, sensualidad y moda. En los que Dolly no se distinguía de su compañera más que por el estrambotismo que ha tenido siempre. Se podría ver como un ejemplo de mujer empoderada que no ha dejado que la edad u otro determinante frene sus ambiciones. Hoy en día hemos caído en un pozo sin fondo en que cualquier crítica a cómo la industria del espectáculo representa a las mujeres se toma como una critica directa a la mujer a quien le toca el papel en ese momento y además como una ofensa directa a su autodeterminación como individuo, un acto antifeminista y poco “sororo”. Entonces ¿se puede reflexionar respecto al estereotipo que las mujeres, en especial las mujeres mayores, tienen que cumplir sin hablar de casos específicos? Más aún ¿debemos conformarnos y perpetuar la idea de que eso es empoderamiento? Personalmente y a pesar de todo, siempre me ha gustado el pop, el brillo que trae y sus canciones sencillas y pegajosas. Sin embargo, es necesario darnos cuenta y reflexionar hasta donde la industria cultural condiciona nuestros gustos y nuestras aspiraciones. Cómo el sistema patriarcal y capitalista nos dice cómo debemos ser y para qué quiere eso. Cuando vi el mencionado especial de año nuevo, una de las primeras cosas que pensé es como Dolly Parton, como tantas otras, se ha visto en la obligación de mantener esa apariencia de juventud, de cuerpo perfecto, cara sin arrugas, bailes y movimientos radiantes, para seguir siendo relevante en la industria. Inmediatamente se me vino la respuesta de muchxs: ellas lo hacen porque les gusta, porque así lo quieren y porque lo disfrutan, sobre todo de cierto feminismo liberal que efectivamente nos vende como vómito reciclado y pintado de rosa, que eso es el empoderamiento: el derecho de que cada quien sea libre de mostrarse al mundo como “quiera”. Nunca sabremos la proporción; cuanto es presión externa, cuanto es presión internalizada y cuanto es un disfrute honesto. Ni aun en mí misma y las cosas que yo deseo sé la proporción, para varias de ellas me ha tomado mucho tiempo de reflexión y critica poder descubrir qué era lo que realmente quería y qué era lo que me sentía presionada a querer. Si pasó fue justamente porque tuve la posibilidad de ver que otros espacios y otras mujeres se cuestionaban. Dolly Parton tiene derecho, efectivamente a vestirse y vivir la vida como quiera, pero innegablemente esa representación de las mujeres en televisión seguirá moldeando lo que las demás queremos y nos sentimos obligadas a ser y dudo seriamente que yo a los 76 años pueda verme como Dolly se ve hoy. No solo porque verse así seguro que le costo una fortuna, sino porque también toma tiempo, esfuerzo, mucho trabajo, desgaste emocional y energía invertida. Entonces aquí hay dos cosas, 1) El imperativo cultural de deber ser ESA mujer. 2) La idea de que ser ESA mujer es estar empoderada. Para el primer asunto creo que lo mejor efectivamente sea que cada quien haga y se vista como quiera, que Dolly Parton brille con sus vestidos sensuales pero que también podamos ver en los grandes medios otras formas de ser mujer representadas de igual manera, difícil si cada que alguien propone algo diferente todos se rasgan las vestiduras por la supuesta “inclusión forzada”. Sin embargo, esto no se trata únicamente de que incluyan personajes distintos en cada show o película, se trata de que toda la “industria cultural” se democratice. Eso pasa porque haya diversidad en todos los sectores, desde carga cables y “cámara man”, hasta directoras y financiadoras. Pero también pasa por que la industria cultural deje de estar en manos de los grandes capitales. Por ejemplo, NBC, la cadena que emitió el show de fin de año, es parte de NBC Universal, una cadena que controla 16 canales en estados unidos y aparte otros 7 específicamente destinados a América Latina (entre ellos el famoso Telemundo) y la plataforma de streaming HULU. Esto sin mencionar que a su vez NBC Universal es propiedad de “Comcast” un super conglomerado de telecomunicaciones: internet, televisión y telefonía que tienen tantas empresas que no intentaré mencionarlas acá, pero que pueden consultar en Wikipedia, por ahora solo cabe mencionar que controla canales de televisión y redes de telecomunicación en Estados Unidos, Latino América, Europa y Asia y que muchas veces ha sido acusado de Monopolio en diversos estados de Estados unidos. En todo ese conglomerado esa es la estética e ideología que rige: la mujer blanca empoderada radiante. Todo eso tendría que cambiar si quisiéramos una verdadera representación o al menos enterarnos si Dolly Parton está ahí y así por gusto propio. El segundo tema es aun más complejo, ya que radica en el falso discurso del “empoderamiento” lo que es y si es por eso que luchamos las mujeres, sea como feministas o no. Un empoderamiento que primeramente es individual, pero que en general no hace una diferencia real para la inmensa mayoría de mujeres en el mundo, con toda la diversidad y diferencia de condiciones y de procedencias que eso implica. Después, se trata de un empoderamiento que rara vez viene con la capacidad de

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Los trabajos de cuidado ¿quiénes deben realizarlos?

R. Martha Arébalo Bustamante En la ciudad de La Paz, la segunda semana de diciembre, se desarrolló un encuentro de la Plataforma Nacional de Corresponsabilidad Social y Pública del Cuidado, para elaborar lineamientos de política y estrategias de incidencia relacionados con los trabajos de cuidado. Dada su presencia en el debate público, veamos, ¿a qué se llama trabajos de cuidado y por qué son importantes para las sociedades? Aún cuando actualmente la situación de las mujeres ha cambiado mucho, todavía la maternidad, el cuidado de los hijos, el esposo y el entorno de vida, son actividades entendidas de responsabilidad de las mujeres. Pese a ser un conjunto de labores arduas, cansadoras e inacabables, no son reconocidas como trabajo por las sociedades y particularmente por la ciencia económica. Esta ciencia, habiendo sido pensada y desarrollada por los hombres, bajo visiones altamente patriarcales, pretende mantener el dominio masculino sobre las sociedades, considera “no trabajo” y llama “improductivas” a personas, preponderantemente mujeres, que siendo parte o no del proceso de producción de bienes, trabajan en el cuidado de sí mismas, de los otros y de la madre tierra. Como todo ser humano, las mujeres estamos obligadas a cuidarnos y tenemos necesidades de ocio, recreación y tiempo de reflexión introspectiva. Pero, con diferencias de intensidad que dependen de los diversos grupos sociales a los que pertenecemos, hacemos esto supeditadas al tiempo que nos queda después de cuidar a los otros, las otras y al entorno. ¿A qué se debe ese abandono de nosotras mismas? Pues precisamente a que la sociedad nos ha asignado ese rol desde hace milenios, y a que para nosotras este trabajo es símbolo de nuestro amor por la familia, parte histórica de la interpretación del “ser mujer”. Así, cuidamos al esposo, a los hijos y las hijas (niños, adolescentes y jóvenes), a personas de la tercera edad que necesitan atenciones y a enfermos/as de la familia. Cuidamos también a nuestro entorno natural y transformado inmediato, a las plantas, los animales domésticos, la casa, las calles, botamos la basura, aseguramos la provisión de alimentos, agua, vestido, medicinas y otros necesarios para la reposición de la vida familiar y de los componentes de la madre tierra. Surge entonces una nueva pregunta, ¿por qué este complejo conjunto de trabajos es considerado “no trabajo”? Prácticamente porque vivimos dentro de formas históricas de explotación de la mitad de los seres humanos, que garantiza la reproducción de modelos sociales que basan su subsistencia en la existencia de actividades no remuneradas, en tanto no tienen como resultado mercaderías que puedan venderse. Si de responsabilidades y roles se trata, interesa entonces determinar ¿de quién es esa obligación? Todos los seres humanos tenemos como cometido cuidarnos a nosotros mismos, a nuestros hijos e hijas, a nuestros padres si así lo necesiten y al entorno en que vivimos. Debemos buscar garantizar nuestra vida y la vida de los elementos de la madre tierra, para asegurar nuestra sobrevivencia como especie. Esta no es una responsabilidad exclusiva de las mujeres, es un asunto de corresponsabilidad familiar y social, por tanto, de todas las formas de organización social existentes. Familiar en tanto los hombres, los y las niñas, adolescentes y jóvenes deben dejar de pensar en “ayudar” a las madres y, más bien, tienen que entender el asunto como “hacer su parte” para garantizar la vida en equidad dentro la familia. Social, en la medida en que, por una parte, las instituciones del estado, tienen que asumir estos trabajos como parte de la agenda pública necesaria de responder con políticas sociales de carácter integral; y, por otra, las distintas organizaciones sociales deben internalizar que el cumplimiento de estas tareas, es una responsabilidad de carácter colectivo. Desde la perspectiva de la planificación territorial, la pregunta clave se relaciona con qué tipo de ciudades o asentamientos humanos debemos construir para apoyar la corresponsabilidad social sobre los trabajos de cuidado. Se trata pues de territorios cuidadores que dispongan de espacios físicos, equipamientos, servicios de diverso tipo que liberen a las mujeres de parte de los trabajos de cuidado (servicios de atención a personas dependientes de diversas edades, de elaboración de alimentos, de lavado y planchado, de consecución de agua, entre otros); para hacer que ellas, nosotras, podamos aminorar nuestra pobreza de tiempo y disponer algunas horas con centro en nuestro crecimiento individual ligado a una modificación de las relaciones de poder. Dentro de una urgente confluencia de medidas transformadoras, no se trata de políticas que garanticen territorios que acojan servicios propios del estado benefactor, se trata más bien, de cambios en la comprensión misma de la vida ligada al territorio a partir de un único proceso de producción – reproducción, que reconozca la doble dimensión material e inmaterial de vidas que valgan la pena vivir. La autora es urbanista feminista, miembro de la Comunidad de Estudios Pacha.

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Lenguaje inclusivo

Carlos Bleichner Delgado Comparten por ahí que Nietzsche esquiaba antes de escribir. Llegaba a la hoja con un cuerpo aventurado. Arriesgo: no importa tanto Nietzsche; ni la veracidad de la anécdota. Lo que importa es la necesidad que trata la anécdota. Cuando un cuerpo sale de sus zonas comunes; se activa una percepción más fina. Cuando nuestros cuerpos asumen riesgos, activan un estado de alerta capaz de percibir y construir otras realidades, más sutiles, más situadas. El riesgo del que hablo, desde una perspectiva actoral; no es un riesgo masoquista, en el que peligre la integridad física o psicológica. Todo lo contrario, se trata de un riesgo amable y abismante que requiere de un campo que lo contenga. Se trata de apostar a un “modo de estar vulnerable”, que haga posibles transformaciones radicales. Al actuar se realiza un trabajo/investigación muy importante y complejo con la palabra/el texto y la voz. Si lo que digo, me satisface; la actuación muere. El impulso cierra. Si cierra, no se actualiza, no espera respuesta; queda en soledad y no se desarrolla. Nos damos cuenta que la palabra no es la cosa misma. No importa cuán hermoso, desplegado, barroco, complejo, directo o indirecto sea el lenguaje de la obra, no habrán palabras suficientes para expresar y hacer circular el abismo que Hamlet vive en el entierro de Ofelia. A veces los silencios son más sabios. No obstante, en el trabajo dinámico y experimental de la actuación, como damos cuenta de esta insuficiencia de la palabra (tan difícil de asumir) apostamos otras dimensiones posibles. La palabra puede ser acción. Puede sopapear, hormiguear tu plexo solar y enamorarte al mismo tiempo. Ayuda a comunicar, a acercarnos un poquito más. Co-construye realidades. Es performática. Y, aun así; la acción tampoco abastece. ¿Qué podría satisfacer a Romeo cuando debe despedirse de Julieta? Cuando una realidad de mierda, no satisface, las palabras tampoco lo harán. Cuando unas instituciones de mierda te cortan los huevos, te matan y te cierran el cuerpo, no hay palabras. Todos los impulsos creadores que son inhibidos por costumbres y convenciones machistas están encerrados en un lenguaje. Un lenguaje que no satisface una mierda. Necesitamos crear nuevos lenguajes. El lenguaje inclusivo es una mierda. No satisface. Pero nos hace recuerdo a toda la mierda que circundan las exclusiones. Nunca voy a obligar a nadie a usar lenguaje inclusivo; pero no me jodan. La insatisfacción nos mueve. Esta insatisfacción es amor. Es clamor por todo aquello que no se puede nombrar. Esos silencios de las desaparecidas, de las violadas, de les callades. Me siento muy ridículo muchas veces y tengo mucho pudor por usar lenguaje inclusivo, especialmente con gente de Cochabamba. ¡Pero putes! ¿Están satisfeches? No sé cómo. Tampoco sé el nivel de repercusión que tenga este uso de lenguaje inclusivo que percibo como riesgo. Hay lugares en que me olvido, hay lugares en que no puedo, ¡¿habrán cuevitas en que no es necesario?! Sé que todo esto nos pasa a muches. Pero es acción. Pincha y acaricia al mismo tiempo. Reivindiquemos el pudor; no la vergüenza. Ahí puede haber posibilidades de construcción conjunta. Dejémonos arrebatar por estas necesidades que nos den el ánimo para desplegar nuevos lenguajes. “No pudiera creer en un dios que no supiese bailar” Nietzsche ¿Dónde te vas a meter tus palabras? El autor es actor.

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Cuidar

Carlos Bleichner Delgado El puente del actor/actriz para comprender/cohabitar el mundo es su percepción (desde la perspectiva que nos gusta entrenar; pues hay otros modos de actuar). Entonces no puedo evitar percibir alguna tensión física antes de empezar a escribir. Justo en ese momento de silencio, incertidumbre, con el que decido enfrentar a la hoja en blanco; mi cuerpo me habla. Hoy noté que tenía el puño apretado, el pulgar izquierdo mordido por los otros 4 dedos. Este puño resulta relativamente fácil de desanudar. Noto aún un pequeño cosquilleo/tensión en el diafragma. Ésta tensión me pierde; es incontrolable. En realidad, no se trata de mí; no se trata de les actores/actrices. Son nuestros cuerpos. Es la percepción. Es la tensión que la concentro en mí; y no la dejo circular sus rutas. Me la expropio y se hace síntoma. Si citamos autores, capaz aparecen como héroes. ¿No los citamos entonces? ¿se trata de derechos de autor? ¿se trata de no apropiarme de algo que no “inventé” yo? Creo que todas esas cosas (y más) pueden ser. Pero hoy, decido citar, simplemente para que sea más fácil rastrearnos. Necesitamos oler rastros como sabuesos. Necesitamos percibirnos/encontrarnos. Norma Blazquez, escribió un texto sobre epistemología feminista. En él, se identifican dos éticas: la ética del cuidado y la ética de la dominación. Comprendiendo a la ética como una constelación de principios en los que encontramos sentidos y tratan de direccionar nuestras prácticas; la ética de la dominación vendría a ser el modo que prepondera las ganas de apresar las cosas/los vínculos, controlarlos y domarlos. Para domar algo, necesito callar algo, dominarlo (a veces implica no escuchar sus gritos). Lo que muchas veces hace e hizo la ciencia, ¿no? En cambio, la ética del cuidado prioriza la escucha. Percibir cómo están operando las relaciones, sin afán de subyugarlas; sino de cuidarnos, convivir. Nuestro cuerpo hermoso en su potencial de percepción, es el puente que conecta lo que llamamos “yo” con lo que llamamos “afuera”. Si afinamos esta guitarra que es nuestro cuerpo, afinando nuestros sentidos, quizás podamos también percibir que no sólo se trata de humanos, sino de animales, naturaleza, aire, piedras, ladrillos, montañas; ecosistemas. Hay un conflicto. Cuando abrimos más la percepción, nos sentimos más amenazades. Si escuchamos de verdad; no hay elección: nos modificamos. Ahí está la dificultad: permitirnos modificar. Te invito a imaginar una situación: viene tu hijo o hija (no importa si no tienes hijes, juguemos) lo notas rar@, hueles que quiere llorar, aunque aún no se le asoman las lágrimas; pero sabes que algo anda mal, pues percibes la tensión, luego te dice: “Estoy perdido”. Respiremos. Detengámonos un poquito. Imaginátelo. (Si te dan ganas, obvio) ¿Se te mueve el piso? Nuestro hijo nos planteó un problema, una necesidad. Lo escuchamos. Nos perdemos un poco con él. ¿Por qué está perdido? ¿qué hice mal? Escuchar nos dejó medio desnudes. ¿Qué harías? “Yo no quiero ser un producto de mi entorno; yo quiero que mi entorno sea un producto de mí”, dice un maleante en la peli “Infiltrados”. Rica peli. ¿Cómo actuamos con la vulnerabilidad que implica escuchar? Nuestra tendencia es fruncir el culito, ¿no? Agarrotar los músculos, taparnos en nuestras corazas, cerrar la percepción, dar respuestas rápidas, a veces mentirosas (pocas veces nos damos cuenta). De esa dureza de la coraza creería que devienen maleantes como éste. ¡Pero paremos el carro! ¡Yo también hago esa mierda! ¡Yo también soy un maleante! ¡Si muchas de las cosas que hacemos devienen de la ética de dominación! ¡Me escupo a mí mismo! Jajajajaja. ¿Cómo criamos a nuestres hijes? ¿Nos modifican, los domamos? ¿los preparamos para no sentir/ser heridos? ¿nos preparamos para ser dominantes? ¿Cómo me relaciono con el Ody? ¿Cuánto me sulfuro cuando mi hijo, mi compañera, yo, mi colega, mi jefe, mi empleado, se equivoca? ¿mi? ¿Cuándo me equivoco es porque algo se salió de control, no lo pude controlar? Juguemos a que sí. En ese caso equivocarse podría ser un germen de la ética del cuidado, en tanto que, algo se zafó de la dominación. Un problema más, entonces. Si cuido, ¿no puedo controlar nada? Sí. Si escucho no controlo, escucho en la medida que me lo permita, claro, a veces tengo ilusión de que controlo algo; pero la realidad salvaje es indomable, y eso es bellísimo, abismante, da miedo. Luego, es muy placentero intuir (no entender) que algo de esa tarea que me invocó cuidar, es comprendido, en parte, hoy; un pequeño encuentro. Y está rico entrenar para permitirse no querer nombrarlo o elaborar método/apresarlo; pues ponerle esposas a eso que me hizo feliz una vez, sería como una traición a la apertura del vínculo que nos permitió encontrarnos. Nada está resuelto bombones. Nadie tiene la respuesta. Además, la vida es compleja. No dicotómica (Blazquez, luego, profundiza en eso). En la vida, no en la teoría; las 2 éticas mencionadas hacen el amor apasionadamente. Deli. Y si están solas, tal vez sólo es una paja. También puedes decirle a tu pareja lo que te gusta; pero nunca será tan placentero como que te sorprenda con una jugada sucia e impensada. No tiene mucho sentido pelearse con “el otro”, siempre va a estar ese pendejo, y es astuto, no tiene rostro, se esconde en mi pulgar, se instala en mi diafragma. ¿No estamos cansades todes de tanto conflicto político partidario? Escuchemos ese cansancio. No es por ahí. Está más cerca. La dominación funciona a fuerza de cabezazos contra la pared. A fuerza de muertes. Nuestros cuerpos nos están hablando. Empiezo por aflojar mi pulgar mordido por mis otros 4 dedos. Respiro hondo porque la respiración tiene sus misterios y sus bellezas, me ayudan a aflojar el diafragma, a escribir, a fluir, a cuidarnos; pero tampoco puedo del todo. Entrenemos abrir la piel, olfatearnos y degustar las necesidades del presente. ¡Más bien no podemos del todo! Capaz sin ese cosquilleo/tensión no serían tan divertidas las curvas de la vida; y se convertirían en balazos. Abriendo, va poemita de Juarroz: https://www.escritas.org/es/t/7196/17 El autor

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El aborto legal y la libertad de decidir

Carmen Nuñez El 28S es el Día de Acción Global para el acceso al Aborto Legal y Seguro, éste se denominó así en 1990 durante el “V Encuentro Feminista de Latinoamérica y el Caribe”, realizado en San Bernardo, Argentina. Hoy en día la lucha por conseguir abortos legales y seguros se ha convertido en una de las más importantes causas para el movimiento feminista, son ya un poco más de 30 años de lucha desde ese quinto encuentro. Desde entonces la lucha ha ido sufriendo muchas transformaciones, se han ido añadiendo consignas y matices, como por ejemplo la ya famosa “Educación Sexual Integral para decidir, Anticonceptivos para no abortar, aborto legal, seguro y gratuito para no morir”. Esta frase refleja lo mucho que se ha ido complejizando el entendimiento de este tema desde el movimiento feminista, desde la necesidad de empezar con la educación misma hasta la exigencia de gratuidad para no reproducir las injusticias clasistas del sistema de salud. Pero esta profundización ha ido aún más allá, hoy sabemos que no todas las mujeres somos iguales, que no hay algo, o hay muy poco, que nos una por sobre todas las cosas. La relación de distintos grupos de mujeres con la maternidad, la sexualidad y el aborto puede ser muy diferente. Hay mujeres que han sido obligadas a parir, una y otra vez, hay mujeres que han sido violentamente esterilizadas, hay mujeres que han sido condenadas a tener «todos los hijos que dios mande» y hay mujeres que han sido condenadas a ver cómo sus hijas e hijos mueren sistemáticamente o como se los quitan por no ser “adecuadas” para hacerse cargo de su cuidado. Hay mujeres que abortan como si nada, porque su situación económica se los permite, hay otras que abortan como si nada porque ese conocimiento nunca se perdió en sus entornos, hay quienes mueren en el intento y hay otras que son condenadas socialmente de por vida si se llega a saber. Hay hombres trans, hay mujeres lesbianas, hay personas con la capacidad de gestar no binarias, que también viven su propia realidad en torno al aborto y a la maternidad. Hay mujeres que luchan por parir, hay otras que luchan por abortar, a algunas el tema les da igual. No es cuestión de decidir quién es la buenita y quién es la malvada. Vienen probablemente de lugares diferentes, en contextos diferentes. Para mí se trata de que el patriarcado, encarnado en el Estado y el Capital, deje de imponer políticas sobre los cuerpos de las mujeres. Todo tipo de políticas. La lucha feminista para ser completa tiene que ir más allá de exigir la legalización del aborto, o los temas directamente relacionados con el género, sino que es necesario además abordar la lucha anticapitalista, anticolonialista y antirracista. Porque mientras haya mujeres, familias, que aun trabajando al máximo bajo condiciones de explotación y discriminación, se las conmine a elegir abortar, porque no pueden asegurarle una vida digna a sus hijas o hijos, la “maternidad deseada, elegida, voluntaria” aun estará bastante lejos. La libertad de “decidir” va más allá de una ley aplicada a cuerpos individuales. Es por eso que es importante cuestionar si una verdadera liberación de la mujer, o de cualquiera en realidad, pueda ser posible dentro del sistema capitalista. Un sistema que puede plantear muchas posibilidades de “Libertad”, en tanto el cuerpo, el trabajo, la salud, incluso el amor y el ocio, pero que verdaderamente no son respaldadas por las condiciones materiales de vida de las personas. O sea, somos libres de hacer muchas cosas, pero no nos lo podemos costear. Sin duda es necesaria una ley para la despenalización o legalización del aborto, es un paso ineludible para llevar nuestras vidas con dignidad, pero la lucha no acaba ahí, apenas estamos empezando. La autora es antropóloga.

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