Teatro

Décimo tercera edición del FITAZ se realizará del 6 al 15 de mayo; la gente podrá adquirir abonos o entradas en preventa

Del 6 al 15 de mayo, después de dos años, se llevará adelante el Festival Internacional de Teatro de La Paz (Fitaz) 2022 de forma presencial y virtual. Los asistentes podrán disfrutar de obras de teatro de sala, teatro para niños y niñas, teatro de calle. Así también podrán participar en espacios formativos y de intercambio en talleres, coloquios, foros, conversatorios. Para esta versión del FITAZ se espera contar con la participación de representantes de ocho países, entre ellos: Argentina, Brasil, Chile, Dinamarca, España, Francia, México y Suiza. Las personas que quieran participar de la décimo tercera edición del FITAZ podrán adquirir abonos o entradas en preventa hasta el 24 de abril. Los bonos podrán adquirirse a través de tres opciones y las preventas a través de siete opciones. El abono Muni Dúo consiste en Bs 1.000 para que dos personas puedan ver 10 obras programadas en el Teatro Municipal. Mientras que el abono Muni Mono permite a una persona ver 10 obras en el Municipal por Bs 600. La preventa de entradas, que dispone de siete opciones. En el Teatro Municipal se podrá acceder a los precios especiales de Bs 65 en Platea, 50 en Anfiteatro y 35 en Galería. El precio regular —a partir del 24 de abril— será de Bs 80, 60 y 40, respectivamente. En los teatros Nuna y Doña Albina (Espacio Patiño), las entradas con descuento serán de Bs 65, mientras que el precio regular será de 80. Finalmente, en Casa Grito y El Búnker, la preventa será de Bs 35 y luego, Bs 40.

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Silencio

Carlos Bleichner Delgado Hay muchas situaciones para las que no hay palabras. Quiero retar al límite de lo que las palabras puedan dar. Quiero encontrarme un poquito más cerca de lo que nombro; no satisfacerme sólo con el hecho de nombrarlo. Hoy no quiero palabras. Quiero perderme en el abismo de lo nombrado. Hueso. Hijo. Esfuerzo. Tripa. Rose. Muerte. Recuerdo. Pómulos. Abuelo. Hoy estoy cansado de hablar; no estoy cansado de querer. Si no me hierve la sangre antes o mientras escribo; no lo escribiré. Quiero hablar con mi panza; con mi centro. Que este escrito sea como actuar. Al actuar, si dices cosas; pero no las crees, no estás hablando estás tirando texto. No quiero tirar texto. Quiero saborear las palabras. Hacerme cargo. Habitarlas. Esto no quiere decir que satisfagan. La satisfacción podría ser un tipo de muerte. ¿Cómo te sientes cuando callas? ¿Qué aparece en los silencios que habitas? Solemos tirar cantidades de texto bien boludas. No se trata de controlar lo que dices. Horrible ser policía de mí mismo. Se trata de ir asumiendo. Asimilando. Como una planta el sol. No necesariamente entendiendo. A veces implica una cocción a fuego lento y a veces es una vorágine de palabras atropelladas con simultaneidades de sentidos aglutinados. Es más importante lo que no se puede decir. Lo que no se dijo. Lo que no tenemos el coraje de hacer palabra hablada. Ahí está la vida. Se percibe mejor. Se comunica mejor. Es también muy hermoso ser hablado por otre. Bajar la cabeza de vez en cuando. Hay días, hay situaciones que (para alguien) no son para hablar. El autor es actor.

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Oficios/Pasiones/Paradigmas/Alternativas

Carlos Bleichner Delgado Creo que cuando te apasionas por tu oficio/trabajo; empiezas a leer el mundo en la clave de tu oficio. No sé si TODOS los oficios te ofrecen esas dimensiones. Pero me animo a decir que, si un oficio no te concedió estas percepciones; capaz no profundizaste lo suficiente en él. Amo leer el mundo en clave actoral. Sé que pasa lo mismo con la psicología, la arquitectura, la música, la política, el tenis. ¿Cómo será leer el mundo en clave gastronómica? Dan ganas de aprender de todas esas profesiones para degustar un mundo más amplio. Me apasiono tanto con el paradigma actoral que vamos construyendo y experimentando en la vida; que escribo columnas sobre ello. Son como cartitas de amor a ese paradigma. Pequeñas confesiones, a veces algo prematuras. Arrebatos. ¿Qué haríamos sin esos arrebatos de amor? ¿Qué haríamos sin ese deseo? ¿Qué haríamos sin esa hambre de seguir investigando/experimentando/compartiendo? Morir. Amo la tragedia. Es bellísimo que nuestros oficios sean de vida o muerte; aunque no lo sean. Esa hambre con la cual anudamos cuentos que poetizan nuestros vacíos, es nuestro motor. Qué revolucionario jugar con fuegos. Ahora bien. En nuestros desenfrenos, de repente encontramos claridades tan lúcidas que empezamos a creer que son dignas de imponerse. No por mala onda; sino con las mejores de las intenciones. Ahí hay un problema. Jodido y rico. Trágico. No quiero imponerme. Y también reconozco que cuando te tocan los huevos es más que saludable y placentero devolver el sopapo. No se trata de ser buenudo o políticamente correcto. Unos buenos gritos pueden ser los mejores maestros. Al entrenar actuación nos vamos dando cuenta de la complejidad y belleza de esto. Cuando entrenamos actuación, no sólo asumimos personajes/roles con otros modos de pensar/habitar/leer/comprender el mundo. Cuando actuamos jugamos con las tensiones que implican las creaciones. “La escena es un campo de tensiones”, dice Guillermo Cacace. En consecuencia, habitar una escena equivale a jugar con los conflictos de los personajes, así como con el campo compositivo que clama una escucha grupal para no ser monopolizado por un solo individuo imponente; o varias individualidades que se disputan un protagonismo egocéntrico. ¡Qué jodido afinar esa escucha! ¡Qué apasionante! Sobran obras individualistas. Sobran conflictos políticos que tienen como génesis el enaltecimiento del culo propio. Necesitamos cambios. Cuando escribo estas columnas, trato de compartir alguito de lo innombrable de la tarea actoral. Por supuesto que sería mejor actuar que escribir; pero encuentro una paradoja (tensión) digna de sostenerse (por ahora) en este trabajo. Si me preguntas cómo relacionar estas cosas con algún conflicto puntual, seguro que me encantará hacer la tarea de traducir nuestro paradigma actoral para actuar/encarnar posibles encausamientos al conflicto en cuestión. PERO esto no quiere decir que funcione; tampoco quiere decir que estamos hablando de “el paradigma”. En vez de pensar en funcionalismos, decido enfocar en operaciones situadas; en algún caso servirá mucho asociar estos contenidos actorales y en otros será irrisible. En suma, creo que se trata de simplemente producir alternativas. Ante la insatisfacción (introduzca aquí algo que lo deje insatisfecho) podemos quejarnos, podemos adormecernos, podemos echar la caca al otro, podemos producir/probar alternativas, o hacer un mejunje con todo esto. En estas columnas quiero compartir la manera en la que entrenamos actuación. Nuestras búsquedas, nuestros cuestionamientos, nuestras militancias. Este modo de concebir y practicar la actuación es un intersticio, como lo concebía Marx y se expone en Estética relacional de Bourriaud: “El intersticio es un espacio para las relaciones humanas que sugiere posibilidades de intercambio distintas de las vigentes en este sistema, integrado de manera más o menos armoniosa y abierta en el sistema global. (…) crear espacios libres, duraciones cuyo ritmo se contrapone al que impone la vida cotidiana, favorecer un intercambio humano diferente al de las “zonas de comunicación” impuestas”. Todes, tenemos el potencial de crear intersticios donde podamos escindirnos de las mierdas que nos rodean. De las imposiciones. De las costumbres. De los ritmos. Pienso que cuando a un psicólogo le apasiona su trabajo, lee todo en clave psicológica, un matemático encuentra números escondidos en lugares inesperados, una cocinera conoce el sabor de su esposo… Nuestras profesiones/ocupaciones pueden ser más que un título u ocupación. Tienen potencial de paradigmas. Lo rico de la actuación es que te descubres como un comodín. Somos múltiples, nuestras identidades no están definidas. Las ponemos en crisis. Qué sublime tomar este desafío. Si juzgas al personaje que encarnarás, te alejas de él. Entonces mejor acercarte. Habitarlo. “El arte contemporáneo desarrolla efectivamente un proyecto político cuando se esfuerza en abarcar la esfera relacional, problematizándola.” (Igualito, de Estética relacional). El autor es actor.

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Somos actores/actrices surfeando la multitudinosa mar

Carlos Bleichner Delgado Este enero, esta ola, en Bolivia; está demandando parar. Cuesta parar. Duele resignar proyectos que vinculamos a sueños. ¿Posponerlos? Ni sé si estamos posponiendo o cancelando. Desde el paradigma actoral que vengo compartiendo en estas columnas, y con el que decido transitar el mundo, es sorprendente darse cuenta en carne propia y observando otros cuerpos actuar, que: la arritmia es vida. Cuando una actriz/actor dice su texto con una cadencia inmutable; es CASI un significante de que no está hablando, no está viviendo lo que dice, está tirando las palabras (a veces como si fuera sólo un ejercicio de memoria). En cambio, cuando una actriz/actor se detiene en medio de una palabra, de una oración, se pierde, le urgen respuestas, lo que dice no le alcanza, se acelera, y se deja sorprender por velocidades variables de habla y de escucha; asistimos a un acontecimiento, la realidad de la obra se ensancha, experimentamos la situación que la obra esté desarrollando. Vivimos. Es muy difícil dejarse llevar por las arritmias de lo vivo. Sucede poco; sigamos entrenando. Pero OJO, dije CASI a todo esto; porque puede ser que alguien que crea mucho en esto, se dedique a la reproducción formal de velocidades aleatorias. En ese caso asistiríamos a una actuación que busca causar la impresión que lo vivo ocasiona; pero desarrollando un PARECER y no un SER o mejor aún, un ESTAR. La diferencia es radical. Una actuación que busca parecer, busca manipular al otre; una actuación que busca estar, busca modificarse. La diferencia es política. Por ahí va la cuestión misteriosa: estar. No se trataría de romper ritmos como cuestión de formas. No porque de repente hable más rápido estaré más presente. Se trataría de activar un modo de estar, que a través de la percepción se integre de una manera comprensiva con los tiempos, ritmos y velocidades que el aquí y ahora detona. Abrirnos al vértigo. Es un reto. A veces parece imposible este nivel de encuentro, ¿cómo lo activo? Cuando juegas tenis, viene la bola, no te desesperas ni te lerdeas y le das en el momento justo, en el lugar justo: eso es. Cuando sacas abrigo para tu hije cuando hace sol; pero de repente se larga la lluvia y se pone frío: esa percepción es. A veces parece azar; pero es más seductor pensar que en realidad es percepción. Necesitamos seducirnos. Lo erótico mueve montañas, surfea las mejores olas. Cuando hueles los pensamientos de alguien: eureka, ni pensaste en el ritmo, ya estás actuando y te juro que esa velocidad no es estable. Cuando pienso como mi abuelo digo: “los chicos de hoy viven todo más rápido no pueden parar la tecnología les ha atrofiado el cerebro”. ¡Y en parte es cierto! Pero no son les chiques de hoy nada más; somos nosotres también. Mi hijo, cuando pone la leche al microondas, mientras calienta, se pone a correr alrededor del departamento, tiene un circuito. Me emputaba que haga eso. ¡Cómo no puede esperar! Un día lo encaré, hablamos de Toph, de “Avatar, la leyenda de Aang”: ¿Qué le enseña la Toph al Aang? A escuchar y esperar. ¿Y por qué tienes locoto en el poto y no puedes esperar a que el microondas caliente tu leche y te pones a dar vueltas por la casa? Estoy jugando papá. Me gusta calentar mi leche porque quiero ver si puedo llegar más lejos en el mismo tiempo. Eso es. Soy un boludo, obvio. ¿Qué quería, que se quede mirando el microondas? Necesitamos jugar con el tiempo. ¿Cómo puedes jugar si no estás? Es una cuestión de respeto y de avasallamiento. Si la ola de enero me dice que no puedo volver a presentar nuestra obra porque hay muchos contagios; necesito respetarla. Me preocupa que el elenco se disuelva, que la data que fueron adquiriendo los cuerpos se pierda, que la apertura que fuimos construyendo a paso de una hormiga bien lentita, laboriosa y escurridiza se cierre o se acomode en lugares cómodos y conocidos. Tengo miedo a que dejemos de sentir, que se cierre nuestra piel por miedo a contagiarnos, que perdamos el olfato por obturarlo con barbijos, que nos tengamos más miedo del que nos tenemos (miedo a la otredad) porque la distancia social nos lo autoriza. Hace años, cuando unes compañeres actuaban en la universidad en Bs. As., un compañero estaba muy incómodo en el piso. La maestra, Silvina Sabater, le dijo que se acomodara. Después de algunos intentos fatigosos, él le respondió que no podía; no sabía cómo. No encontraba el piso. A lo cual la maestra le dijo que simplemente escuche su cuerpo. No existe un manual que indique paso a paso cómo apoyarse; especialmente en una situación desconocida. No siempre los mejores apoyos del cuerpo son los pies y necesitamos escuchar nuestros cuerpos para apoyarnos en zonas que a veces ni sabemos nombrar. Nuestros cuerpos se acomodan solos, como gatos. Si insisto mucho, exactamente por ahí no es. Nuestros cuerpos, en sus naturalezas, son más sabios que nosotres. Comprenden que el tiempo es la materia prima de todo y, por ende, saben degustarlo. Necesitan relajarse para apoyarse; encontrar el piso. Arraigarse. Estar presentes. Cuesta un huevo a veces. Soltar. Aflojar. Dejar girar el timón. Pero las incertidumbres, los contratiempos; no dependen de nosotres. Lo más hábil que podemos hacer es jugar distendides con lo que hay en el entorno. Dejarnos sorprender por el mar y sus tiempos insólitos es germen de creación. El autor es actor.

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Creación de un presente poético

Carlos Bleichner Delgado Abramos con una canción: https://www.youtube.com/watch?v=1aHIIWrh3WE&list=RD1aHIIWrh3WE&start_radio=1 En la Universidad Nacional de las Artes, de Buenos Aires, en la carrera de licenciatura en actuación, parte de la bibliografía de cátedra de Silvina Sabater de los 3 primeros años de actuación es: “Zen en el arte del tiro con arco” de Eugen Herrigel. En la cátedra de Guillermo Cacace, de actuación 4, leíamos poesía; y lo que vaya surgiendo y vayamos descubriendo como necesidad (Marosa Di Giorgio, por ejemplo). Qué revolucionario leer por impulsos que detonen el aquí y ahora. Qué belleza la de poder elegir. ¿Qué leemos? ¿Cómo leemos? ¿Elegimos? Pienso que leer lo que me da Facebook, no es elegir del todo; tiene sus propias convenciones. Resalta la dificultad de teorizar/escribir sobre un objeto de estudio tan complejo y dinámico, como es la actuación. Por consiguiente, se recurren a textos que, sin hablar de la actuación misma, hablan de la actuación misma. Lo lindo, es que no la precisan. No la definen. ¡Qué aburrido delimitar un potencial tan salvaje! Entrenando la actuación, nos vamos dando cuenta que, si buscamos organicidad/transformación íntegra (no sólo física/gestual/formal) en nuestras actuaciones; la “conducta social”, las “convenciones sociales”, delimitan, apresan, encajan y matan el potencial de la singularidad de los vínculos entre seres humanos. A esta singularidad emancipada de convencionalismos, el amado Guille Cacace llama: “creación de un presente poético”. ¡Qué difícil habitar el presente! ¡Qué complejo CREAR! Muy distinto a reproducir lo instituido. Las convenciones reproducen. ¡Qué poco satisface un saludo de puño, un saludo cortés; cuando quiero comerte a besos, cuando quiero que me cuentes cómo has estado últimamente, cuando necesito que te metas en mi cuerpo y meterme en el tuyo, a través de una conversación, unos silencios cómplices, unas rupturas de convenciones, unos lenguajes inventados, unos cuantos límites diluidos por la necesidad de encontrarnos! Qué abismante dejarnos ver en nuestras singularidades descubiertas, algo pudorosas a veces; y no mostrarnos/ocultarnos en convenciones sociales inhibidoras. Esto que nos pasa en la actuación nos pasa en la vida cotidiana. Después de analizar esto. ¿Cómo lo hago práctico en el cotidiano? Hay lugares donde patear el tablero puede ser un suicidio; cagarme en las convenciones es ridículo. Ni qué hacer, no somos superhéroes; y me atrevo a decir que seguramente esos lugares, al estar tan predefinidos, no deben tener tanta importancia. La máquina no percibe; va a darle al mismo ritmo, estés o no. Ombligo a la columna entonces con esos lugares, mejor no hablemos de eso. ¡Habiendo tanta belleza en la que enfocar! El momento en que el espejo me pide una mueca, cuando me aflojo la corbata, cuando la camisa se deschaveta para almorzar, el momento en que me invento una palabra o puedo inventarte un juego; el momento en que miro a los ojos y me pierdo, ahí donde no necesito hablar ni saber; en esos tiempos/olores: estoy creando un presente poético. Un poco de justicia hago a nuestros salvajismos atados. Demos más campo a esos momentos/madrigueras, íntimas, acobijantes, impredecibles, arrojadas, pequeñas; pero gigantes en acontecimientos. ¿Cómo infiltro este placer cuando voy al banco? ¿Dónde percibo en la piel un aire que permita aventurar un guiño? Una de esas experiencias vale para seguir olfateando otras; seguir contagiándonos disrupciones sensibles. Entonces, ¿por qué seguimos esperando que nuestros papás, nuestras parejas, el “camba” de la película, el director, se comporte según la convención dicta? ¿Por qué no apostamos a cumpleaños sin torta? Festejemos más días y soplemos deseos al oído. Bien cerquita. Me permito desnudar una certeza, con cierto pudor: no queremos hacer locuras, no queremos ser originales; queremos amarnos/encontrarnos en libertades. La pelota está en el aire. El autor es actor.

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Cuidar

Carlos Bleichner Delgado El puente del actor/actriz para comprender/cohabitar el mundo es su percepción (desde la perspectiva que nos gusta entrenar; pues hay otros modos de actuar). Entonces no puedo evitar percibir alguna tensión física antes de empezar a escribir. Justo en ese momento de silencio, incertidumbre, con el que decido enfrentar a la hoja en blanco; mi cuerpo me habla. Hoy noté que tenía el puño apretado, el pulgar izquierdo mordido por los otros 4 dedos. Este puño resulta relativamente fácil de desanudar. Noto aún un pequeño cosquilleo/tensión en el diafragma. Ésta tensión me pierde; es incontrolable. En realidad, no se trata de mí; no se trata de les actores/actrices. Son nuestros cuerpos. Es la percepción. Es la tensión que la concentro en mí; y no la dejo circular sus rutas. Me la expropio y se hace síntoma. Si citamos autores, capaz aparecen como héroes. ¿No los citamos entonces? ¿se trata de derechos de autor? ¿se trata de no apropiarme de algo que no “inventé” yo? Creo que todas esas cosas (y más) pueden ser. Pero hoy, decido citar, simplemente para que sea más fácil rastrearnos. Necesitamos oler rastros como sabuesos. Necesitamos percibirnos/encontrarnos. Norma Blazquez, escribió un texto sobre epistemología feminista. En él, se identifican dos éticas: la ética del cuidado y la ética de la dominación. Comprendiendo a la ética como una constelación de principios en los que encontramos sentidos y tratan de direccionar nuestras prácticas; la ética de la dominación vendría a ser el modo que prepondera las ganas de apresar las cosas/los vínculos, controlarlos y domarlos. Para domar algo, necesito callar algo, dominarlo (a veces implica no escuchar sus gritos). Lo que muchas veces hace e hizo la ciencia, ¿no? En cambio, la ética del cuidado prioriza la escucha. Percibir cómo están operando las relaciones, sin afán de subyugarlas; sino de cuidarnos, convivir. Nuestro cuerpo hermoso en su potencial de percepción, es el puente que conecta lo que llamamos “yo” con lo que llamamos “afuera”. Si afinamos esta guitarra que es nuestro cuerpo, afinando nuestros sentidos, quizás podamos también percibir que no sólo se trata de humanos, sino de animales, naturaleza, aire, piedras, ladrillos, montañas; ecosistemas. Hay un conflicto. Cuando abrimos más la percepción, nos sentimos más amenazades. Si escuchamos de verdad; no hay elección: nos modificamos. Ahí está la dificultad: permitirnos modificar. Te invito a imaginar una situación: viene tu hijo o hija (no importa si no tienes hijes, juguemos) lo notas rar@, hueles que quiere llorar, aunque aún no se le asoman las lágrimas; pero sabes que algo anda mal, pues percibes la tensión, luego te dice: “Estoy perdido”. Respiremos. Detengámonos un poquito. Imaginátelo. (Si te dan ganas, obvio) ¿Se te mueve el piso? Nuestro hijo nos planteó un problema, una necesidad. Lo escuchamos. Nos perdemos un poco con él. ¿Por qué está perdido? ¿qué hice mal? Escuchar nos dejó medio desnudes. ¿Qué harías? “Yo no quiero ser un producto de mi entorno; yo quiero que mi entorno sea un producto de mí”, dice un maleante en la peli “Infiltrados”. Rica peli. ¿Cómo actuamos con la vulnerabilidad que implica escuchar? Nuestra tendencia es fruncir el culito, ¿no? Agarrotar los músculos, taparnos en nuestras corazas, cerrar la percepción, dar respuestas rápidas, a veces mentirosas (pocas veces nos damos cuenta). De esa dureza de la coraza creería que devienen maleantes como éste. ¡Pero paremos el carro! ¡Yo también hago esa mierda! ¡Yo también soy un maleante! ¡Si muchas de las cosas que hacemos devienen de la ética de dominación! ¡Me escupo a mí mismo! Jajajajaja. ¿Cómo criamos a nuestres hijes? ¿Nos modifican, los domamos? ¿los preparamos para no sentir/ser heridos? ¿nos preparamos para ser dominantes? ¿Cómo me relaciono con el Ody? ¿Cuánto me sulfuro cuando mi hijo, mi compañera, yo, mi colega, mi jefe, mi empleado, se equivoca? ¿mi? ¿Cuándo me equivoco es porque algo se salió de control, no lo pude controlar? Juguemos a que sí. En ese caso equivocarse podría ser un germen de la ética del cuidado, en tanto que, algo se zafó de la dominación. Un problema más, entonces. Si cuido, ¿no puedo controlar nada? Sí. Si escucho no controlo, escucho en la medida que me lo permita, claro, a veces tengo ilusión de que controlo algo; pero la realidad salvaje es indomable, y eso es bellísimo, abismante, da miedo. Luego, es muy placentero intuir (no entender) que algo de esa tarea que me invocó cuidar, es comprendido, en parte, hoy; un pequeño encuentro. Y está rico entrenar para permitirse no querer nombrarlo o elaborar método/apresarlo; pues ponerle esposas a eso que me hizo feliz una vez, sería como una traición a la apertura del vínculo que nos permitió encontrarnos. Nada está resuelto bombones. Nadie tiene la respuesta. Además, la vida es compleja. No dicotómica (Blazquez, luego, profundiza en eso). En la vida, no en la teoría; las 2 éticas mencionadas hacen el amor apasionadamente. Deli. Y si están solas, tal vez sólo es una paja. También puedes decirle a tu pareja lo que te gusta; pero nunca será tan placentero como que te sorprenda con una jugada sucia e impensada. No tiene mucho sentido pelearse con “el otro”, siempre va a estar ese pendejo, y es astuto, no tiene rostro, se esconde en mi pulgar, se instala en mi diafragma. ¿No estamos cansades todes de tanto conflicto político partidario? Escuchemos ese cansancio. No es por ahí. Está más cerca. La dominación funciona a fuerza de cabezazos contra la pared. A fuerza de muertes. Nuestros cuerpos nos están hablando. Empiezo por aflojar mi pulgar mordido por mis otros 4 dedos. Respiro hondo porque la respiración tiene sus misterios y sus bellezas, me ayudan a aflojar el diafragma, a escribir, a fluir, a cuidarnos; pero tampoco puedo del todo. Entrenemos abrir la piel, olfatearnos y degustar las necesidades del presente. ¡Más bien no podemos del todo! Capaz sin ese cosquilleo/tensión no serían tan divertidas las curvas de la vida; y se convertirían en balazos. Abriendo, va poemita de Juarroz: https://www.escritas.org/es/t/7196/17 El autor

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Desaparecer

Carlos Bleichner Delgado Me preparaba para escribir. Procrastinaba. Me cuesta mucho saber si hacerme un café es una necesidad o procrastinación. Siento mariposas en el estómago. Evidentemente estoy enamorado de algo. No saber bien de qué; es lo que me pone un poco nervioso. Pienso que si sabría muy bien de qué; tal vez perdería un poco el misterio, y entonces no estaría tan enamorado. Me gusta estar nervioso. No siempre me animo a darle curso. Agua entonces. No pierdo tiempo en hacerme el café. Sólo pongo agua a la taza; así tengo un objeto con el cual poder respirar un poco (como la toalla de los jugadores de tenis; no importa el sudor realmente, sólo tomarme un tiempito, respirar entre games, antes de iniciar el siguiente game). Conducía por un lugar de la ciudad de Cochabamba que me hacía referencia a Octubre del 2019. Duro decirlo. Mes de mierda. Perdón. Este lugar no se vinculaba mucho a una zona en la que yo había estado presencialmente en esas noches. Pero sí era un lugar más peligroso; porque era un lugar por donde habían estado mis papás y mi hermana. Me siento frágil mientras conduzco. A la vez percibo la fragilidad de estar yendo a dejar a mi hijita chiquita a uno de sus primeros días de jardín. Ella elije la música. Me sorprende. Me reprocho por festejar demasiado cuando elije algo que sí me gusta. Ojalá no vuelva a poner Stratovarius, pienso. Pero igual disfruto; de las mariposas, de mi hijita eligiendo, y de la posibilidad de jugar al tenis sin jugar al tenis: escribiendo. ¡Pero mierda! ¡Octubre! Eso no es tan disfrutable. Pero… Yoshi Oida (googleenlo si les da ganas, era actor) puso en palabras algo muy hermoso que venimos trabajando muches: “El actor invisible”. Intuyo que por ahí va la cosa. En un arte, que tradicionalmente se abocó a provocar fascinación, rostridad; que el objetivo común fue llegar a ser “una estrella”, “una diva” (star-system); el cuate japonés viene a decir que lo mejor es: ¡desaparecer! “El actor invisible”: se trata de una actuación en la que no prime el “yo”. La potencia de que “yo” desaparezca está en que sólo así, una individualidad deja de monopolizar “el sistema-obra/teatral/artística”; y emerge la posibilidad de actuar en red; es decir, que la construcción sea colectiva. Esto, es un posicionamiento político. “El actor red, no es lo que hace él mismo/sólo; sino el actor más sus conexiones”, parafraseando a Latour. Preguntémonos: ¿Cómo hacemos nuestras obras? ¿Cómo laburamos? ¿Cuánto necesito al otre? ¿Cuánto me animo a necesitarlo? ¿Cuánto me animo a aceptar esa necesidad? ¿Cuánto insisto en hacerlo sólo y/o a mi manera? ¿Cuánto me animo, hoy, ahoritita, a desaparecer? Fui al baño. No sé si realmente necesitaba; o tengo miedo a seguir escribiendo. Agua. Toalla. Respiremos. Un par de games más. No sé si escribir esto: “Un Mesi, sin un equipo que lo contenga y sostenga; es como estar con diarrea, encontrar un baño que te salve, pero no hay papel”. Evidentemente, no importa si voy al baño, si “procrastino”, o qué; en mi cuerpo (a veces más que en mis pensamientos) van a seguir estos conflictos: Octubre. Entre muchas frases mentirosas, desde una perspectiva: “¡No tenemos miedo, carajo!”. ¿Quién no se cagó de miedo? ¿Cómo no tener miedo? El problema, creo, no es “tener miedo”; es no permitirnos aceptarlo, o las situaciones que dificultan que lo aceptemos (ahí actuamos ideas; no procesos aquí y ahora). Tal vez, el arte, el deporte, cuando enfoca en reproducir “héroes”; hace eco de un deseo que nos quisiera hacer creer “todopoderosos”: sin miedo, estrellas, individualidades. “En el fondo, todos tenemos miedo”, dice un personaje en una obrita que estamos trabajando. “El aire está cargado de gritos; pero la costumbre los acalla”, escribió Becket. Segunda vez que fui al baño y no estoy escribiendo tanto tiempo. Sólo tomé una taza de agua. Hice pis las 2 veces, también era una necesidad. Pienso: “soy valiente; pero esto no quiere decir que no tenga miedo”. Vamos de a poco. Realmente no necesito sobresalir, me digo. Cuando “nos dejamos ver” (distinto a cuando “nos mostramos”, dice mi maestro Cacace) hay vulnerabilidad. Esta vulnerabilidad implica riesgo; implica valentía. No implica ponerme la máscara de héroe. Es un proceso que tiene que ver más con la desnudez que con la espectacularidad. La espectacularidad avasalla, impone, en su fascinación: idiotiza, irrumpe, viola. Respiremos. En la vulnerabilidad hay una clave. En la vulnerabilidad necesito escucharte; me reconozco insuficiente. En vulnerabilidad, amo. Escucho de verdad. Mi “yo” se diluye; desaparezco. Me transformo. Se acabó el agua. No tengo de dónde agarrarme. Lloro. La puta madre. No hay nada que se pueda decir de tanta mierda, de insatisfacción, de tanto confrontamiento, pelea, muerte, balas, gritos, imposiciones, egos, dedos en el culo. ¡Qué mierda! Los gritos no entran muy del todo en el papel. Perdón. Váyanse a la mierda. Nada de esto debió haber pasado. Nos fuimos a carajo. ¿Podemos escucharnos ahora? ¿hay otra opción? No grito yo; gritamos todos. Nuestros gritos están ahogados. ¿cómo continuar? Perdimos el partido. Fue un partido de mierda la verdad. Nos la pasamos pensando. Queriendo ganar. Sin escuchar a les otres. No hubo tenis. No hubo obra. No hubo colectividad. Colectividad no debiera ser un grupo afín; debiera ser todes les giles que habitamos este puto suelo. ¡Quiero seguir chupando contigo amigo polarizado, que se juega por UNO de los extremos, reconozcamos la incomodidad y veamos en que se puede convertir la urticaria que nos damos! Quiero marear mi ego. Quiero que temamos a cosas más lindas. A cosas que nos hagan crecer; no a cosas que nos impiden crecer. Confiemos en la obra. Seguro tendrá muchas cosas impensadas que nos harán remar juntes. Por ahí va bombones. No tengo la menor puta idea de cómo; pero arriesguemos disrupciones en las escrituras, en las dramaturgias de héroes de la verga, en nuestras obras, en nuestras actuaciones, en las obras que nos acojudizan; que a nombre de

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El teatro más grande de Latinoamérica se encuentra en Oruro

El Teatro Internacional de Oruro es el más grande de Latinoamérica, fue inaugurado el miércoles 20 de octubre por el Presidente del Estado, Luis Arce Catacora. Cuenta con una capacidad para más de 5.400 butacas. La obra fue ejecutada con una inversión superior a los 62 millones de bolivianos. “Esta obra tiene una significancia especial, no solo para nuestros hermanos orureños, sino para el pueblo boliviano en su conjunto. Este teatro, por sus características, es único en la región, es quizás el más grande, es quizás el que alberga a más de 5.400 personas, como ningún otro en la región”, manifestó Arce en el acto público. Durante el discurso, el jefe de Estado destacó que la capacidad que tiene el teatro abrirá la posibilidad de que el departamento de Oruro genere recursos económicos por medio de la denominada “economía naranja”, que está basada en actividades destinadas a fomentar el desarrollo de la cultura y la creatividad artística de una región. El mandatario acotó, en ese sentido, que el departamento de Oruro cuenta con el teatro internacional “como otra alternativa, otro brazo más” para potenciar su economía. Este espacio cultural cuenta con su escenario y varias butacas repartidas en tres niveles, con camerinos, más de 200 servicios sanitarios, un patio de comidas, accesos para discapacitados, salas múltiples para actividades culturales e incluso un hall de exposiciones, donde la cultura será prioridad, según lo que promete la municipalidad orureña. Por su parte, la Secretaría Departamental de Cultura y Turismo del Gobierno Departamental de Oruro pretende postular al Teatro Internacional Oruro a los Guinness Records, informó el periódico La Patria.

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