¿Qué diría Marx del Halloween?

Carmen Nuñez Arévalo

Cada año vemos las usuales protestas contra el «Halloween». En ellas se juntan dos sectores que no suelen ir de la mano: los antiyanquis – antiimperialistas y los católicos-cristianos; los argumentos de los primeros son que el Halloween es una tradición invasora e impuesta que continúa el constante colonialismo cultural que Estados Unidos ejerce con su imparable industria cultural, que perdemos nuestras propias raíces y tradiciones, aludiendo a las consideradas «típicas» e incluso erróneamente “prehispánicas” de todos santos.
Los argumentos de los segundos obviamente hacen alusión al origen pagano e incluso «diabólico» de esas festividades, también en pro de lo que ellos ven como tradiciones propias del catolicismo, otras ramas del cristianismo simplemente lo rechazan sin proponer remplazo.
Para la mayoría de la gente no tiene mayor relevancia, es simplemente un día que vas de fiesta y te disfrazas, los niños se divierten pidiendo dulces y se adornan las casas acordemente. Muchas veces tanto los argumentos de unos y de otros suenan a un simple tradicionalismo ciego que busca rechazar todo lo externo o nuevo. Todo aparece como el afán de conservar por conservar, la tradición por la tradición y el rechazo a lo nuevo por nuevo. ¿Por qué estás dos posturas aparecen como prácticamente iguales?
Muchas veces es simplemente por cómo se enuncian, suenan igual y muy a menudo no se va al trasfondo de por qué no Halloween o por qué sí a las tanta wawas. Hoy, más allá del dogma y la tradición por la tradición me gustaría aportar a ese debate, desde mi punto de vista no es un tema trivial el de que elegimos festejar y que no ya que esto ira moldeando también como vemos el mundo y que proyecto socio cultural reproducimos.
Empecemos aclarando dos puntos, primero, ninguna tradición es buena per se, por venir de nuestros abuelos, por ser indígena, por ser precolombina o católica o simplemente por ser lo que siempre ha hecho «nuestra gente». Es más, muchas tradiciones han servido a lo largo y ancho del mundo para preservar y sostener sistemas opresores, machistas, racistas y clasistas.
El segundo punto está vinculado a cómo es que estas tradiciones tienen la capacidad de sostener sistemas enteros y a aclarar por qué es tan importante cuales tradiciones, ritos y rituales decidimos preservar.
Como todo marxista puede recitar, «la estructura condiciona la super estructura «, o sea las condiciones de nuestra reproducción material condicionan los demás aspectos de nuestra vida, como el político y el simbólico, y que por lo tanto las creencias, las religiones, los ritos y rituales son mantos que impedían a los humanos ser dueñxs de su propio destino.
Durante mucho tiempo este pensamiento llevo a que por un lado se trataran de eliminar de raíz todo tipo de creencias religiosas y simbólicas o que se pensara que no había que hacerles caso y que simplemente cuando la humanidad llegara al comunismo científico sería natural que todo tipo de creencias desaparecieran. Sin embargo, ni el mismo Marx pensaba que el asunto fuera tan simple, fueron miradas dogmáticas sobre sus textos de juventud, como el problema judío o la sagrada familia, las que llevaron a estás simplificaciones.
En efecto Marx nos hace ver que la super estructura no puede ir más allá de lo que la estructura le permite, pero a su vez plantea la relación entre ambas como una relación dialéctica, es decir, que ambas se van encontrando como opuestos y llegando a una síntesis, una solución, constantemente dándose forma la una a la otra.
Y es que, como se dice, los humanos somos animales de costumbres, seres simbólicos. Eso quiere decir que sea cual sea nuestra base material, la recubriremos de mil signos y símbolos, ritos y rituales, que nos ayuden a ordenar y darle sentido al tiempo y al espacio.
En la URSS poco a poco se fueron eliminando creencias religiosas y ritos tradicionales de diversas tribus y pueblos nativos vistos como atrasados, solo para ir recubriendo la vida de nuevos símbolos y ritos, tal como el primero de mayo o el significado de una Hoz. ¿Quiere decir esto que el pensamiento que se desarrolló en la URSS es equivalente a la religión católica, o sea un pensamiento místico y religioso? Pues no, ambos tienen diferencias profundas, tanto epistemológicas y ontológicas como de fondo y forma que podrían ser objeto de otro texto, pero sí tienen algo en común y es que ambos están en el campo de lo simbólico y cubren la necesidad que tenemos los humanos de un orden determinado para poder darle un sentido al mundo y poder coordinar y cooperar con toda nuestra comunidad en un proyecto determinado de sociedad.
Y es que, junto con otros elementos como la historia, lo simbólico, los ritos y rituales, no solo ordenan el tiempo y el espacio, sino que también nos ayudan a determinar de dónde venimos, quienes somos y hacia dónde queremos ir, cuál es nuestro proyecto social-cultural cómo ente colectivo, o sea nos ayudan a ponernos de acuerdo, sin tener que debatir en cada momento que hacer o cómo actuar.
Es un hecho entonces que no podemos vivir sin ellos, siempre habrá la necesidad de esa capa simbólica. Lo malo es que muchas veces la misma se nos ha presentado como dada e inmutable, hija del tiempo e inamovible. Cómo si ella nos hiciera a nosotros y no cómo ese proceso dialéctico del que hablábamos, ahí es cuando lleva a ese enceguecimiento en el que la tradición, la religión y los ritos son una barrera hecha y reforzada por la estructura para asegurarse de que nada cambie. He ahí el porqué del rechazo de algunos católicos al Halloween.
Lo que propongo aquí es que nosotros entendamos este efecto profundo que el pensamiento simbólico tiene en nosotros, de darle sentido a nuestra vivencia, y tomemos parte activa en esta relación dialéctica, y elijamos qué forma le queramos dar a nuestras relaciones, al tiempo, al espacio y a nuestro proyecto social-cultural. Una parte al menos de eso es mirar críticamente nuestras tradiciones, tanto las que ya estaban como las que llegan de otras partes y decidir si reproducirlas o no, no basados en el apego al pasado y a lo tradicional o al aspiracionismo de lo extranjero si no en base a qué sentido es el que nos proponen y hacia donde nos llevará ese sentido.
La fiesta de Todos santos es una fiesta dedicada a lxs que ya no están, creamos o no que en efecto nuetrxs más queridos vuelven ese día para acompañarnos en la mesa, la festividad está hecha para que al menos una vez al año les dediquemos tiempo, memoria, un lugar en la casa, en nuestros pensamientos e incluso en nuestras billeteras. La comunidad se extiende para incluir no solo a lxs vivos, la mirada deja de estar solo en el presente o en el futuro y nosotrxs mismos dejamos de ser el centro. Probablemente esta comunidad ampliada ayude un poco en latinoamérica al momento de no olvidarnos de aquellos que se han ido, menos aún de lxs que fueron asesinados, masacrados y desparecidos. Además de reforzar los lazos entre quienes tienen a alguien que se ha ido en común; una vez que esa persona se ha ido el lazo no se rompe del todo porque esa persona sigue de algún modo aquí. Por supuesto todo esto no solo está determinado por el uno y dos de noviembre, es una forma de asumir la muerte y el paso de la vida que está escondido en diferentes aspectos de la cotidianidad en gran parte de Latinoamérica, pero es en estas fechas que tiene su momento ritual que lo cimienta en una realidad simbólica pero tangible, (valga la contradicción en este caso), por una noche ellxs vuelven a estar aquí.
El Halloween en sus orígenes tenía un sentido similar, en realidad ambas fiestas pueden ser rastreadas en Europa donde han tenido una historia conjunta una desde los celtas y la otra desde los romanos, también se trataba de una noche en que los espíritus buenos y malos podían vagar por el mundo, la gente recibía o iba a comer con sus espíritus. A la vez buscaba ahuyentar o esconderse de los malos espíritus, quienes vendrían a tocar a tu puerta con una propuesta o petición (con el tiempo sería el “trick or treat» traducido popularmente como truco o trato, aunque es más cercano «dulce o truco»).
Sin embargo, a través de los años, después de que la tradición llegara a Estados Unidos de la mano de migrantes irlandeses u otros relacionados con los celtas, ha sufrido muchas transformaciones, justamente para adecuarse a la realidad material y al proyecto social cultural «americano». La parte de que las almas buenas, o los familiares, también vuelven, ha quedado totalmente en el olvido, no hace falta mirar para atrás o recordar a quienes se fueron. Siendo ya solo una noche de miedo dónde los espíritus malos, brujas y otros monstruos salen a espantar (reforzando siempre la idea de un mal oculto y externo) o a ofrecer el famoso dulce o truco (manera muy mezquina de relacionarte con cualquiera) en la realidad la celebración se materializa en fiestas de disfraces y niños pidiendo dulces por el barrio, momentos que si bien tienen la capacidad de acercar y reforzar lazos comunales han sido aprovechados al máximo por las corporaciones como más momentos para intensificar el consumo.
Realmente como se ve y como hacen muchos, se pueden festejar los dos, no tendrá ningún efecto inmediato ni será la perdición de todas nuestras costumbres y el mundo como lo conocemos. Sin embargo, con el tiempo y otros cambios tanto en nuestra vida material como en todo el imaginario simbólico, puede que en nuestras mesas ya no nos haga sentido dejar espacio para ese plato extra, depende de nosotros.